a ciudadanía vive los últimos días de una larga campaña electoral, en la que está en juego el modelo de país: ¿más recortes o recuperar derechos y libertades? En estos últimos cuatro años sólo faltó recortar orejas o narices, castigo medieval utilizado generosamente. En este contexto, escribir sobre los bonobos puede parecer una extravagancia, una frivolidad. Charles Darwin dio una cachetada a la Inglaterra Victoriana cuando afirmó, discretamente (en El origen de las especies), que los humanos descendían de los monos. Se dice que una señora de la aristocracia sorbiendo un te, muy pragmática, exclamó: «¡Por favor, que no trascienda!».

Los bonobos, unos diez mil, sólo viven en una densa selva en la República Democrática del Congo, bajaron de los árboles y se quedaron allí, no les dio por caminar como a nuestros antepasados. Afortunadamente los bonobos han sobrevivido en un país que hace 60 años no conoce la paz. Los bonobos y la especie humana comparten el 98% del genoma, pero son muy diferentes. Se trata de miembros de una sociedad matriarcal e igualitaria, en la que las hembras prefieren a los machos menos agresivos, en la que los conflictos se resuelven a través de la práctica de una sexualidad muy variada en la que no faltan los besos de lengua, el coito cara a cara (los únicos animales, además de nosotros, que lo practican), el coito anal, la felación, la relación sexual con miembros del mismo sexo,... (un problema de espacio impide detallar estas practicas que realizan con cualquier miembro del grupo independientemente de la edad, jerarquía o sexo). Cuando muere un miembro del grupo realizan un duelo en el que expresan su dolor sinceramente.

Es evidente que los humanos no tenemos nada que ver con los bonobos. Si uno no estuviera en contra de la exhibición de animales encerrados (afortunadamente no hay bonobos cautivos en los zoológicos españoles) sería conveniente llevar a las niñas y niños (con sus padres y maestros) a ver a los bonobos: para que puedan aprender que hay otra manera de resolver conflictos.

Según todas las encuestas el 20 de diciembre ningún partido alcanzará los suficientes escaños para gobernar en solitario: el diálogo, el pacto, serán necesarios, de lo contrario la legislatura durará poco. En estas circunstancias los bonobos lo tendrían fácil: la orgía en ellos es algo habitual y el método más eficaz para dirimir conflictos. Es evidente que en una sociedad cainita, en donde el ojo por ojo, es la costumbre, a lo sumo se admite entre rivales competidores, un apretón de manos (el apretón de manos también nace de la desconfianza hacia el otro: es la manera de evitar la puñalada) y una sonrisa forzada (la sonrisa, ese gesto tan humano, también nace del miedo y es el medio que usamos para neutralizar al posible predador). Mientras tanto, en París, se intenta que la vida que conocemos no desaparezca en este planeta castigado por el homo sapiens creador del cambio climático y la ley del más fuerte. Hay que salvar a los bonobos.