Por sorprendente que parezca, más de 50 millones de personas emplean fluoxetina en todo el mundo. Este antidepresivo, cuyo nombre comercial es Prozac, salió a la venta en 1987 y, desde entonces, ha sido prescrito tanto a adultos como a niños para tratar la depresión y el trastorno obsesivo compulsivo. Sin embargo, el uso de fármacos sólo es aconsejable en casos muy graves, pero en muchas ocasiones nos autodiagnosticamos o etiquetamos a los demás con ciertos trastornos, sin tener una certeza médica de que los padezcan. Quizá sea interesante conocer algo más acerca de la depresión, una de las enfermedades más frecuentes en las sociedades avanzadas, y muy vinculada al estilo de vida neocapitalista, que tanto se apoya en la insatisfacción como mecanismo para fomentar la compra de bienes y servicios. Efectivamente existen muchos tipos de depresión. La depresión mayor suele comenzar en la juventud, tiene fases que pueden durar meses o años. Presenta, de forma casi diaria, pérdida de interés por actividades gratificantes, baja autoestima, pensamientos suicidas, fatiga, alteración del peso corporal, del ritmo de sueño, etc.

Otro tipo es la distimia, con los síntomas de la anterior pero menos intensos y una duración de más de dos años. La depresión maníaca, o trastorno bipolar, combina estados depresivos, como los ya descritos, con etapas maníacas, en las cuales la autoestima crece exageradamente, el tiempo dedicado al sueño es menor, la búsqueda de actividades placenteras aumenta, aunque conlleven riesgos, como aumenta el deseo sexual, la energía y la locuacidad, mientras disminuye del sentido común.Por su parte, el trastorno depresivo estacional se presenta generalmente durante el otoño y el invierno, aunque existen quienes lo padecen en verano o incluso durante las navidades. La depresión psicótica combina los síntomas depresivos con alucinaciones o delirios. Y finalmente encontramos la depresión posparto, en la cual la progenitora cae en un estado de tristeza profunda y duda de su capacidad para ser una buena madre. Debemos recordar que el diez por ciento de los depresivos tratan de suicidarse, por lo que, si sospechamos que alguien cercano puede padecerla, es aconsejable escucharlo, comprenderlo, no criticarlo ni juzgarlo, facilitarle el acceso a terapia y a la continuidad del tratamiento pese a las dificultades, aceptando la posibilidad de que la enfermedad no remita. Hay quienes afirman que existen alimentos que mejoran los estados depresivos como el té verde, el chocolate negro, las nueces, la avena, la curcuma, o la levadura de cerveza. También existen quienes afrontan sus síntomas con la meditación, la práctica de la atención plena o la danza, en especial con el tango, como demostraba un curioso estudio realizado en la Universidad Santa María de California.