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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Sánchez llama a Rajoy por su nombre

La Academia de la Televisión fracasó anoche al ofrecer un debate de segundo nivel entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, en ausencia de los tres ganadores de la campaña. El ente o entelequia citado no logró la participación, por este orden, de Pablo Iglesias, Albert Rivera y Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta para todo se desmarcó astutamente del encuentro entre perdedores y remitió a su banderillero, cobrador de sobresueldos.

Iba a ser un debate anticuado, un entierro sin réquiem a la vieja política. Rajoy hablaba como un jubilado de habla cansina. Facilitaba la misión de un rival que no necesitaba un impulso, sino una resurrección. Sánchez tardó cinco minutos en citarle a Rajoy su mensaje de apoyo entusiasta a Bárcenas y en llamarle mentiroso. Una hora después remataba la acusación con una exigencia de dimisión. Por desgracia, se amilanó en un principio ante una amenaza extemporánea de Manuel Campo Vidal, que se cree en 1996 y que no podía permitir que el debate despertara a la política española de su letargo. Rajoy ignora incluso el nombre de la caja que presidía Narcís Serra y que rescató con dinero ajeno. Menciona al vicepresidente socialista, pero no a Rodrigo Rato. En cambio, Sánchez cita al símbolo del desastre español, aunque sea en voz baja. El debate estaba tan escorado hacia los intereses del presidente del Gobierno, que solo faltó un capítulo sobre la Liga Española. Quienes criticamos el protagonismo de Ana Pastor no podemos dejar de plantearnos dónde estaba Campo Vidal durante el debate. Es más que tramposo empezar por el paro porque es la primera preocupación de los españoles según el CIS. En cambio, no continuó con la corrupción, la segunda plaga para los españoles según el mismo ente y según tuvo que recordar Sánchez. Se ciñó a las grandes cifras, en el viejo debate entre antediluvianos. Las tres primeras preguntas fueron de los directores de El Mundo, La Razón y ABC. Solo faltaba un interrogante firmado por Marine Le Pen.

Todo cambió tras el intermedio, cuando Rubalcaba le susurró a Sánchez que no le quedaba otro remedio que cortar por lo sano. Sánchez llamó a Rajoy por su nombre, «usted no es un político decente» y al destinatario no le gustó. El presidente del Gobierno propuso lo más parecido a un pacto de silencio inspirado en los usos sicilianos. Sánchez no es un valiente, pero su acorralamiento en las encuestas le dio ánimos para ahondar en sus acusaciones. Con cuatro años de retraso, el PSOE destapaba la verdad que había contribuido a ocultar. La honorabilidad del presidente del Gobierno no solo está en duda. Se multiplican las pruebas de que no debió continuar en La Moncloa. La soga de la que quería liberarse Rajoy con torpes movimientos se estrechaba cuando forcejeaba con la intención de liberarse de ella.

La campaña hubiera transcurrido con idéntico brío en ausencia de los candidatos de PP y PSOE, pero no hubiera podido prescindir de Iglesias y de Rivera. Es tranquilizador saber que los dirigentes popular y socialista no tienen asegurado su contrato de time sharing en La Moncloa. Por supuesto, a falta de conocer el veredicto de la plaga de politólogos, que saben de antemano cómo reacciona el espectador a un estímulo televisivo. Son personas a las que nunca podrá engañar su pareja, porque lo detectarían de inmediato con su sapiencia psicofísica.

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