Por estas fechas recibía yo con fidelidad anual la felicitación navideña desde su casa del Plá, muy cercana al MARQ, de la escultora Margot González Orta, siempre personalizada y con un dibujo original que realizaba para cada uno de los integrantes de su círculo más dilecto de amigos.

En la de 2011 ya me manifestaba sentirse con menos fuerzas y el 8 de enero de 2012 le respondía literalmente que ella era ejemplo de amistad y señorío y que no se preocupara porque me conformaba con verla en actos culturales al igual que siempre me venía a la memoria cuando paseaba por la playa del Postiguet y contemplaba su escultura «Despertar» o por el paseo Carrerlamar de El Campello que ella tanto admiraba y recordó hasta en sus últimos días.

Esa estrecha vinculación con este municipio la supe cuando me contó una anécdota que yo plasmé en el libro Alicante 1939. Eran los últimos días de la guerra civil y miles de personas se agolpaban en el puerto de Alicante en espera de un barco que los llevara camino del exilio. Ante su ausencia, fueron muchos los que se desplazaron hasta la vecina localidad en busca de barcas de pesca para huir a la costa argelina. Ofrecían a cambio dinero y joyas pero allí no las encontraron y Margot, que contaba entonces con trece años, fue testigo de ese ir y venir de gentes desesperadas que acabaron retornando a la capital.

Me la presentó hará un cuarto de siglo aproximadamente el también artista Juan Manuel Carrasco con el que realizó una inolvidable exposición en la Lonja del Pescado en septiembre de 1998 donde armónicamente se entremezclaban volúmenes y lienzos con la línea en común de la abstracción figurativa.

Era Margot una mujer sencilla, muy normal de aspecto, con una cara afable y un gesto risueño, nada extravagante ni esnobista por lo que no aparentaba ser una artista que plasmara en sus obras, algunas de gran formato, esas féminas de formas voluptuosas, de volúmenes rotundos, donde predominaban las gestaciones, las maternidades, o como a ella le gustaba decir, las mujeres con niño, siendo la figura masculina un mero complemento.

Hablando el pasado sábado en su entierro de todas estas cosas con la también artista e íntima amiga suya Elvira Pizano, lo mismo que con Juana María Balsalobre y Susana Llorens, surgió el tema de su maternidad frustrada. Margot se mantuvo soltera toda su vida y a pesar de sus convicciones religiosas, no dudaba en decir que le hubiera gustado ser madre aun sin estar casada.

Con las amistades que le propiciaban su cariñosa bondad no exenta de firmeza cuando la ocasión lo requería, fue sin embargo una mujer vulnerable que supo mucho de soledades al traspasar el umbral de su casa. No tenía familia en Alicante, sólo algunos primos y sobrinos.

Tal vez por el día y la hora temprana, a la misa de córpore insepulto acudimos unas pocas personas y casi nadie del mundo de la cultura, de entre las que recuerdo a la profesora universitaria de Historia del Arte Irene García Antón. Pero sorprendió gratamente la homilía del padre Enrique Abad, de la parroquia de San José de Carolinas, por no ser la típica para salir del paso. Preguntó por la difunta, enteróse de que era artista, alabó a estos y tejió unas palabras en las que combinó de manera admirable religión y arte, sin faltar una cita a Rembrandt.

Margot se nos ha ido ya muy deteriorada física y mentalmente pero tras su ausencia queda imperecedera su obra limpia, honesta, sin contaminaciones, fruto de su ingenio e inquietudes por reflejar lo que sentía y fue así como por lo que quiso ser.