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Siempre he desconfiado de quienes no dejan de repetir en los medios el mantra liberal de que «donde mejor está el dinero es el bolsillo de los ciudadanos». Puede sonar a música celestial a los oídos de mucha gente que tal vez no se para a pensar en las consecuencias de una política que manifiesta una profunda desconfianza hacia el que tan despectivamente llaman «papá Estado». Ese «papá Estado» al que luego tan alegremente recurren quienes lo denuestan para rescatar bancos o cajas de ahorro que sus responsables saquearon o no supieron administrar, autopistas y otras infraestructuras fracasadas, pero que sirvieron, eso sí, para engordar los bolsillos de algunos.

Estamos en campaña electoral y además en fechas prenavideñas, y la derecha que nos gobierna, ésa a la que tanto ha predicado austeridad desde que empezó la crisis, parece de pronto dispuesta a hacer regalos capaces de halagar los oídos de muchos. Promete rebajas de impuestos y desgravaciones fiscales, haciendo caso de pronto a esos tertulianos que, aun sin haber estudiado en Chicago, defienden un Estado mínimo y truenan contra su supuesta «avidez recaudatoria». ¿Avidez recaudatoria? Tal vez si hablamos del nivel de ciertos impuestos, por ejemplo, los indirectos como el IVA, el más injusto en principio porque afecta a todos por igual.

Pero esa avidez del Estado recaudador se vuelve timidez cuando se trata de que rindan cuentas las grandes empresas, que, por ejemplo, sólo tributaron el año pasado a un tipo real del 7,3 % frente a un teórico 30 %. ¿Y qué decir de las multinacionales, que este año pagan en impuestos tan sólo un 6 % de sus beneficios en lugar del 28 %, como ha denunciado algún periodista económico?

Multinacionales que recurren a trucos de ingeniería fiscal para tributar en países donde la presión es más baja o casi inexistente evitando hacerlo allí donde operan y realizan sus mayores beneficios como puede ser nuestro país. No puede decirse, por ejemplo, que Bruselas se haya dado demasiada prisa en sacarle los colores al Gran Ducado de Luxemburgo, que, cuando lo gobernaba el hoy presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, firmaba acuerdos con las multinacionales para que tributasen allí a la carta, defraudando así a sus socios comunitarios.

Si queremos que el sistema de bienestar, la sanidad, la educación, las pensiones o las infraestructuras funcionen, que no que tenga cada uno pagar de su bolsillo el hospital, la escuela, la universidad de sus hijos o suscribir planes de pensiones privad0s, como tratan de convencernos algunos de que hagamos, el Estado tendrá que seguir recaudando. Lejos de anatemizar los impuestos, como hacen algunos con demasiada alegría, deberíamos exigir que la recaudación sea justa y que paguen además todos los que ahora con tanta facilidad defraudan, empezando por las grandes empresas y fortunas. Lo demás es hipocresía o pura demagogia.

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