Espectáculo

Estas elecciones pasarán a la historia como el triunfo de los mass media sobre -o si se prefiere- en la democracia. Aunque los grandes grupos mediáticos, públicos y privados, son parte de la democracia, han rebasado todos los niveles y los papeles que normalmente se les asigna para convertirse en los hacedores, árbitros, promotores y brokers de los partidos y sus candidatos. Giovani Sartori, el conocido sociólogo, ya lo anticipó hace algunos años, citando a Mac Luhan: «mientras nos preocupamos de quien controla los media, es el instrumento en sí y por sí, sin control, quien decide la entera formación del homo sapiens». Y otro testimonio no menos lúcido al respecto, el de Max Weber: «El político de nuestros días es verdaderamente el periodista; los órganos de opinión han sustituido en gran medida a los partidos políticos y a las singularidades personales». Y eso que ambos no conocieron el impresionante desarrollo que han alcanzado los medios en la actualidad.

Las redes sociales, que hacen su papel y donde también se juega al periodismo de aficionados, no resisten la comparación con el espectáculo masivo de los medios, simplista en su conjunto, que ejercen a su antojo de corifeos de los líderes, moviéndoles como marionetas. La política como espectáculo ha alcanzado su plenitud, iluminando con su potente foco aspectos triviales, mientras oculta otros, por contraste, en la sombra más oscura. Se dirá que es bueno que los focos se centren en los líderes para humanizarlos y acercarlos a la gente; pero exagerar la nota, la verdad, convierte la política en un embrollo sentimental, uno de los clásicos peligros de la democracia, especialmente en España.

El «como si»

Otro aspecto no menos significativo, que atañe principalmente a los llamados «partidos nuevos» es la muletilla del «como si», un supuesto de vieja raigambre paulina. Es evidente que nadie es nuevo por ser joven. Se puede ser joven con ideas viejas, o incuso sin ideas propias en absoluto. Únicamente es nuevo lo que abre vías hacia el porvenir, que, en el caso de España, son vías envueltas en la niebla de discursos bastante confusos. Es por ello que la muletilla del «como si» resulta tan socorrida: Hay quien actúa «como si» fuera el Felipe González del 82; «como si» fuera equidistante de la derecha y la izquierda, aunque un poco socialdemócrata; «como si» tuviera experiencia y grandes conocimientos; «como si» fuera virginal y no tuviera pasado, trayectoria y compromisos. El otro actúa «como si» fuera el Suárez del 77; «como si» fuera también un poco socialdemócrata; «como si» no fuera el ungido para sacar a la derecha del fiasco en que se encuentra; «como si» fuera un producto, nunca mejor dicho, nuevo. Pero el «como si», oculta siempre algo.

Entretanto

Entretanto los verdaderos problemas que están ante nuestras narices apenas se rozan. Los problemas que hay que abordar son muy claros, de todos conocidos y sobre los cuales se necesita claridad. Por un lado, los propiamente internos: empleo, combate contra desigualdad y la pobreza, reformas institucionales, innovación y cambio de modelo productivo, fortalecimiento del Estado social, educación y salud, sostenibilidad de las pensiones, lucha contra el machismo, además de la unidad de España sin perjuicio de su diversidad; por otro, los factores externos, de los que dependen en buena medida los anteriores: Europa, Migración, Terrorismo, Crisis climática y ecológica, Alternativas al capitalismo financiarizado.

La derecha española, que blasona de haber sacado a España de la crisis, supuesto absolutamente falso, ha fracasado; la derecha ha tomado el camino de cumplir a pie juntillas las instrucciones de Merkel, su mandante, dejando muy tocadas las bases de nuestra convivencia. Recuperar terreno y proyectar nuestras potencialidades implica un cambio en las políticas y un esfuerzo continuado para unir al país y ganar el futuro.