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Arturo Ruiz

Ciudades cultas

Hemos soñado con ciudades cultas, prósperas en tertulias y encuentros. Hoy en día cualquier congreso turístico alerta de que para que un lugar sea visitado no le basta con disponer de playas limpias e iglesias de renombre: ha de ser un destino con personalidad propia donde el viajero viva experiencias, le pasen cosas. Hubo un tiempo en Alicante, allá por los noventa, en que no pasaba nada: el gran centro histórico, desde Gadea/Soto hasta la Rambla era, cualquier tarde de invierno e incluso de verano, puro silencio, un cementerio de hormigón con calles vacías donde hasta daba miedo meterse: Gabriel Miró, Castaños, San Francisco? La hostelería resucitó aquel muerto. O al menos, contribuyó a ello. Repobló chaflanes y parques, dio aliento al centro y también a los barrios.

Miguel Ángel Pavón parte de un concepto acertado pero lo desarrolla mal: tal y como marca su credo ideológico y el de su coalición, pretende preservar los espacios públicos, lo que está muy bien, pero para eso ve como enemigos a las terrazas, al considerarlas un negocio privado. Ese es el error. Si soñamos con una ciudad diseñada como un foro de vías amables donde las gentes se encuentran, conversan y se entienden, la hostelería no puede ser el enemigo. Al contrario. Alicante, una ciudad que tanto ama los bares y su gastronomía (no sólo la de élite, sino la de clase media: caña y tapas), sería mucho peor sin ellos porque sin ellos no se entendería su carácter mediterráneo, portuario, que tanto ama existir al aire libre.

Por supuesto que el negocio hostelero hay que regularlo para que conviva con los vecinos, pero es que de eso estamos hablando: de ciudades habitables donde quepan todos, de ágoras tolerantes donde la cultura producida por el intercambio de acentos propios y forasteros delante de una mesa sea también un revulsivo económico. Y dé trabajo. Sin botellones, ni algarabías de madrugada a las puertas de los pubs, ni alaridos salvajes; con vecinos que puedan dormir. Claro que es difícil. Pero para eso están los cargos públicos. Para planificar consensos.

Por explicarlo de otra forma: este diario publicaba ayer mismo que el ayuntamiento pretende forjar un paseo turístico a partir de los restos de las murallas que hablan un tiempo de siglos rescatado del olvido: un reclamo magnífico precisamente para atraer visitantes que necesitarán después algún refugio con buena lumbre, bebida amable, comida digna, en terrazas de toda la vida donde comentar lo que han visto para revivirlo de nuevo. Y ese es el turismo que necesita una ciudad culta.

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