Llegan las fiestas más entrañables y también comerciales del año, ilusionantes para los niños y nostálgicas para los mayores, un ejemplo más de honda tradición cristiana que muchos celebran al margen de este fenómeno mientras un radical laicismo quiere desplazar su significado más religioso arrinconando belenes y adoptando posiciones absurdas como la de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau que anhela convertirla en las «fiestas del solsticio».

Dejado de lado las creencias o no de cada cual, absolutamente respetables en un mundo plural, no podemos obviar la importancia secular que el cristianismo ha tenido en España, desligándolo del papel que la Iglesia haya interpretado en un tiempo u otro.

En una sociedad libre y democrática como la estadounidense, a nadie le extraña que su presidente acuda a los oficios religiosos o se encomiende a Dios en algunos de sus discursos, cosa que en España acompleja a los que no deberían avergonzarse de una fe que se les supone. No olvidemos al respecto que el lema oficial de los Estados Unidos, que figura en lo alto de la tribuna principal del Congreso y hasta en los dólares, es «In God we trust» (En Dios confiamos) y nadie se rasga las vestiduras por ello.

Lo que muchos ignoran es que la Navidad está cargada de símbolos, a veces de origen pagano, habituales en la religión católica y desconocidos para la mayoría.

La palabra Navidad es una abreviatura de Natividad que significa «nacimiento» y de la representación con figuras del de Jesús se tiene noticia desde 1252 en que se instaló un belén en Füssen (Baviera). Por lo que respecta a España, hacia 1300 ya se instalaba un pesebre en la catedral de Barcelona.

Carlos III, que fuera también rey de Nápoles, tierra de honda tradición belenística, expandió su exhibición en España a lo largo del siglo XVIII. Precisamente en el Museo de Arte Sacro de Orihuela se exhibe en estas fechas uno precioso de esa época y lugar que pertenece a la Fundación Pedrera.

Sobre la fecha del nacimiento de Jesús no hay datos fiables ni en las Sagradas Escrituras. En el siglo IV se empieza a celebrar el 25 de diciembre basándose en la fiesta pagana del «natalis solis» o nacimiento del sol porque con el solsticio de invierno, los días empiezan a alargar y el cristianismo tomó esa fecha como la del nacimiento de la luz del mundo que redimirá al hombre. El frío reinante propiciaba el encendido de fogatas, algo que se mantiene en el norte de Europa, cuyo símbolo era el de rendir culto a la «luz de Cristo» que sacará al mundo de las tinieblas. De ahí procede la costumbre de iluminar en el periodo navideño con un alumbrado especial nuestras calles y comercios.

Contra los que muchos creen, el árbol de Navidad posee un profundo significado cristiano de tal modo que se erige en la mismísima plaza de San Pedro. Desde el siglo XVI era costumbre en Escandinavia que las gentes se reunieran en torno a un gran árbol al que le colocaban velas, rezando y cantando a su alrededor, con un doble significado, árbol de la vida nueva del hombre ante el nacimiento de Jesús y de su muerte en el árbol de la cruz.

Santa Claus, es decir San Nicolás en holandés, patrono de los jóvenes, entrega regalos por Navidad y los colonizadores de Nueva Amsterdam, actual Nueva York, procedentes de los Países Bajos, lo introdujeron en Estados Unidos cuya figura está muy arraigada y ahora confundimos aquí con la de Papá Noel, Papá Navidad en francés, que surgió con la Reforma de Lutero.

Respecto a los Reyes Magos no se sabe con certeza que fueran tres pero se les nombra por vez primera en un manuscrito del siglo VII que se conserva en París y cinco centurias después se les representa simbolizando la triada de dones cuyo sentido era el oro, incienso y mirra ofrecidos al que es Dios, rey y hombre, así como a las tres cabezas de linajes tras el Diluvio Universal y a los tres continentes hasta entonces conocidos. Melchor (Europa) representa a la raza de Jafet, tercer hijo de Noé; Gaspar (Asia), a los semitas, los descendientes de Sem, primer hijo de Noé; y Baltasar (África) a los camitas, de Cam, segundo hijo de Noé. Según la tradición, están enterrados en la catedral de Colonia.

La mejor conclusión que podemos sacar para creyentes y agnósticos es que ese espíritu solidario que parece inundarnos en estas fechas, tenga una continuidad a lo largo de todo el año; que no practiquemos una caridad ocasional y limosnera pues el Tercer Mundo lo tenemos siempre a la vuelta de la esquina; que no recelemos sin motivo del emigrante -Jesús lo fue- ahora olvidado de los noticiarios; que nos avergoncemos de una puñetera vez del hambre, de la pobreza extrema, del racismo y la explotación sexual y laboral, de las guerras y quienes las mantienen y consienten, pensando en los enfermos, en los que padecen algún tipo de exclusión y en los que no pueden consumir lo que ven en los sugerentes escaparates para escarnio de una sociedad injusta.