Durante las últimas semanas, se han producido vuelcos electorales significativos en dos países latinoamericanos (Argentina y Venezuela) que, unidos al cuestionamiento que vive Dilma Rouseff (presidenta de Brasil, el país con mayor peso en la región y que sufre una dura recesión y el déficit presupuestario más elevado de su historia), parecen síntomas de cierto hartazgo ciudadano. ¿La causa? Gobiernos de izquierda con muchos años en el poder, que se han visto incapaces de afrontar problemas económicos crecientes.

En el caso argentino, la ajustada victoria del empresario Mauricio Macri ha puesto fin a 12 años de peronismo kirchnerista, cuando el electorado ha querido castigar la corrupción y, especialmente, la elevada inflación (no reconocida por las autoridades), que ha dañado el poder adquisitivo de un país del que siempre se dice que tiene un elevado potencial, pero que nunca acaba de consolidar. No será fácil para Macri sacar adelante sus proyectos, dada su debilidad parlamentaria.

La victoria de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (una heterogénea coalición de más de 20 partidos) sobre el chavista Nicolás Maduro, tras 17 años de gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela, ha sido aún más significativa, al obtener los dos tercios necesarios para impulsar cambios en profundidad. También aquí, la corrupción y la hiperinflación (con un cierre del año que puede acercarse al 160%) han sido factores que han actuado en contra del régimen instaurado por Hugo Chávez. En este caso, tampoco se prevé una fácil convivencia entre el presidente Maduro y la mayoría opositora en el Congreso. Estaremos a tiempo de ver si la madurez democrática se impone en ambas naciones o si la histórica inestabilidad de la zona vuelve por sus fueros.