El resultado de las recientes elecciones parlamentarias en Venezuela debe entenderse como un descontento generalizado de la población venezolana hacia la política interna del gobierno presidido por Nicolás Maduro que, tras 17 años de chavismo, ha visto como la inseguridad, el desabastecimiento, la utilización de manera dictatorial de una mayoría parlamentaria y la existencia de presos políticos encarcelados tras procesos judiciales sin garantías han puesto las cosas muy difíciles a Maduro. Estas causas endógenas son la verdadera razón del principio del fin de la llamada Revolución Bolivariana y no una supuesta conspiración internacional que se ha repetido hasta la saciedad desde los medios de comunicación controlados por el gobierno.

Pese a que la derrota de Nicolás Maduro ha sido contundente queda por resolver la duda de si aguantará, con un Parlamento en manos de la oposición, los cuatro años de mandato que le quedan. No supone, por tanto, el fin del chavismo la victoria de la oposición del pasado día seis. Lo que se pone de manifiesto es la necesaria actitud de diálogo que las dos partes, es decir, la sociedad venezolana en su conjunto, deberá poner en marcha si quieren que Venezuela entre en la senda, aunque sea de manera tímida, de la recuperación económica y de la estabilidad política. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) formada por 17 partidos que van desde el centro izquierda hasta la derecha más conservadora se encuentra ante un doble reto. Por un lado, ser capaz de articular una voz única en la difícil tarea que tiene por delante de cohabitar con un chavismo que sigue manteniendo un férreo control sobre buena parte de las instituciones y una gran influencia sobre la población más humilde. Por otro, un conglomerado de tantos partidos corre el riesgo de que una vez conseguido el objetivo, lo único que les unía, se rompa por las discrepancias que comiencen a surgir en la manera de emprender los primeros cambios que puedan llevar a cabo desde su posición legislativa.

Debe la MUD haber tomado nota, si quiere tener éxito en su empeño de recuperar la paz social en Venezuela, que con imposiciones y revanchismos no van a conseguir esa concordia necesaria que necesita su país después de tantos años de frentismos. No deben los dirigentes de la MUD desmontar los aspectos positivos que haya tenido la política de Chávez y Maduro en materia de universalización de la sanidad pública, educación y vivienda. No hay que olvidar que países como Venezuela y otros del centro y del sur de América Latina sufrieron las privatizaciones brutales de los años 70 y 80 del pasado siglo llevadas a cabo por unas pocas familias que dominaban cada país, con el apoyo del ejército y de la Iglesia católica que, una vez más, se puso de parte de los más poderosos. A ello hubo que añadir la nefasta política de Ronald Reagan apoyando golpes de Estado de militares torturadores para poder espantar los fantasmas del comunismo.

Son ahora los partidarios del diálogo de ambos polos políticos, del oficialismo y de la alianza opositora, los que deben tomar la iniciativa si se quiere llegar al entendimiento ante el previsible fin del periodo chavista. Un entendimiento imprescindible que debe pasar por una actitud conciliatoria por parte de aquellos que han estado sometidos a la presión amedrentadora de los sucesivos gobiernos chavistas, algo que deberá producirse de manera paulatina, convenciendo a propios y a extraños de que las promesas hechas en el pasado no se las llevará el viento sino hacerse realidades.

Nicolás Maduro, que convirtió estas elecciones parlamentarias en plebiscitarias, está en la obligación de ser consecuente con la voz de los votantes que han dado por terminado el periodo chavista. Se considera imprescindible una ley que amnistíe a los presos políticos y a todos aquellos que están a la espera de juicio. Se tiene que reactivar la economía dejándose a un lado el concepto de distribución que ha imperado durante los últimos años en Venezuela por un modelo de redistribución, es decir, no volver a los errores del pasado cometidos por la oligarquía que condenó a la miseria a buena parte de la población: ese sería el mejor caldo de cultivo para un nuevo triunfo del populismo. También se considera imprescindible la libertad de prensa efectiva y el fin de los grupos de fanáticos chavistas paramilitares.

La derecha española, que desde los medios de comunicación afines han fustigado sin descanso al régimen de Maduro, ha descubierto, gracias al chavismo, la democracia y su defensa en América Latina. En su día, la echamos de menos cuando no condenaron las dictaduras militares de Argentina, Chile o Uruguay donde se produjeron decenas de miles de desaparecidos y otros tantos fueron sometidos a horrorosas torturas. Nunca les hemos escuchado decir nada sobre aquella siniestra «Caravana de la muerte» por la que un grupo de militares golpistas de Chile se metieron en un helicóptero para recorrer más de quince ciudades donde trituraron presos de la Unidad Popular antes de fusilarlos. En cambio otros, como Felipe González, han defendido siempre la libertad jugándose la vida durante la dictadura franquista y en Venezuela hace unos meses.