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«Nuestros» yihadistas

Tres son los contextos en los que, parece, se produce el paso desde el «islamismo sociológico» a la radicalización. Uso «islamismo sociológico» en el mismo sentido en que se usa «catolicismo sociológico» en las Españas: no hay práctica religiosa, las creencias son difusas si es que las hay y la relación con los centros de culto suele reducirse a los entierros, ahora que las bodas parecen ir de capa caída. Pues bien: los tres contextos parecen ser el de la cárcel, las redes sociales y los centros de culto, y los pongo en orden de mayor a menor eficacia en conseguir radicalizar al futuro terrorista (el terrorista no nace: se hace). Vamos a imaginar cómo puede producirse dicho proceso. Hay una parte que proviene de investigaciones realizadas por otros y otra que es pura especulación por lo que a mí respecta.

El caso de las cárceles ha sido estudiado sobre todo en Inglaterra, pero es conocida la existencia de «reclutadores» también en Francia, Bélgica y España. El individuo con una mera adhesión ambiental al Islam comete un pequeño delito y va a la cárcel (los que cometen grandes delitos tardan mucho más, como es sabido). Se encuentra solo, inseguro, temeroso de un ambiente nuevo percibido como hostil. Y en ese momento aparece un compañero que le ofrece, simultáneamente, varias cosas que para el individuo son muy valiosas: primero, protección frente a las violencias internas; segundo, un grupo en el que integrarse, pasear, fumar, hacer deporte y lo que sea; y un sentido a su vida compartido con el grupo que le protege: la versión radical (salafista, wahabita o lo que corresponda) del Islam. A eso se le llama conversión con la consiguiente obediencia a la autoridad y aceptación de los mitos propios de esa religión (cada religión tiene los suyos, no se vaya a creer que el Islam es un caso raro).

Las redes sociales tienen una dinámica diferente. Se trata de individuos aislados que «navegan» por internet creyendo que así se relacionan con la gente (craso error: la relación humana sigue siendo cara a cara y la pantalla solo es un mal menor). Buscan, pasean, caen tal vez en páginas que el Islam convencional rechaza (rechaza los comportamientos que reflejan o los que provocan; hablo, claro está, del sexo) y de repente encuentra temas que le recuerdan su infancia (sus padres eran creyentes devotos, pero él se emancipó rechazando lo que veía como tradición y no le ayudaba a integrarse en la nueva sociedad), comienza a relacionarse más con esas páginas, aparecen personas que le dan sentido a su vida de marginado y desempleado y le proponen pasar de ser un mindundi a ser un guerrero, un héroe, qué héroe: un superhombre capaz de las más grandes hazañas que se hayan podido cometer. Claro, eso viene envuelto progresivamente con elementos trascendentales, y trascendental significa superar la situación de marginación presente. Y se da la conversión. Por supuesto que no todos los posibles candidatos caen en esas redes, redes a las que no accedemos los que no parece que estemos por la cuestión. De hecho, el porcentaje de yihadistas «occidentales» respecto a la población en la que se originan es muy bajo y probablemente no llegue al cinco por ciento. Eso sí: ese cinco por ciento es capaz de matar.

Las mezquitas, como el culto para algunos cristianos o las parroquias para algunos católicos, no son un lugar de conversión. Me extrañaría que alguien se hubiese convertido en un centro de ese tipo. Se asiste por «islamismo sociológico», familiar, «lo que hay que hacer» en el día correspondiente y es una forma de sociabilidad, muy evidente en grupos marginales de «catolicismo sociológico» que se convierten al culto como forma de recuperar las relaciones sociales cotidianas. Para el caso musulmán es posible que suceda algo parecido: se asiste, ahí se escucha una predicación que, como tantas predicaciones, entra por un oído y sale por el otro, pero que va calando si va acompañada de apoyo en el propio grupo, el de la familia, el de los amigos. Cuando lo que se oye se puede «anclar» en un grupo, adquiere un valor de verdad que no tendría si uno lo escuchase en la más absoluta soledad. Y, sí, puede haber un imam que, convenientemente financiado por países petroleros, insista en las versiones más radicales del Islam y que eso vaya calando en grupos que, con el correspondiente «reclutador» al acecho, den el paso hacia el martirio como forma suprema de expresión religiosa.

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