Las caravanas electorales ya están en marcha. Cada formación política elige su ruta en función de sus fortalezas o sus debilidades. Miles de kilómetros, decenas de ciudades y pueblos, visitas a bares, plazas y mercados, en poco más de quince días, para conseguir fidelizar el posible voto errante o conseguir apoyos en ese gran granero que parece ser el votante indeciso. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) son más de un 40% los que declarando que van a ir a votar el próximo día 20 todavía no saben a qué formación lo va a hacer. Y si lo saben no han querido decirlo. Los líderes políticos ya se han puesto en carretera; con mejor sonrisa, mayor cercanía con el ciudadano de turno, una «chispa» graciosa o una cara amable. Todos y todas las candidatas se remangan para exprimir las horas diarias y que les permita llegar a un mayor número de gente e intentar atraer su voto. Celebran mítines en plazas de toros o pabellones de deportes. Pero, ¿para qué sirven los mítines de los partidos políticos si a estos mítines van los y las afiliadas y los simpatizantes que ya tienen su voto decidido? No se engañen, son mítines donde previamente se recoge al personal en los pueblos o las ciudades, se les mete en un autocar y se les lleva a escuchar al orador de turno. Entonces, ¿en función de qué se decide, perdón decidimos, nuestro voto? ¿Se hace en función del programa que se propone, aunque algunos luego lo incumplan? ¿Por afinidad ideológica? ¿Decidimos nuestro voto por la confianza que nos otorga el candidato o candidata de turno? ¿Por lo atractivo que es el candidato? Por cierto, es curioso ver a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría en las farolas por las calles de las capital del Estado junto al líder del PP, Mariano Rajoy.

Los españoles debiéramos saber las propuestas de unos y otros para de esa forma decidir qué tipo de papeleta escoger para depositar en las urnas el día «D». No es sólo una buena cara la que debe decidir el futuro de una país y sus ciudadanos, ni tampoco la apelación a la experiencia de un gobernante puede ser la que decida. Unos y otros, los de la izquierda y los de la derecha, los de arriba o los de abajo, deberían trasladar a la sociedad, de manera clara y concisa, qué tipo de país quieren para la próxima legislatura y las propuestas de recortes y subidas de impuestos que vayan a ejecutar próximamente para que podamos votar o no en función de las propuestas. Y si luego mienten, debería recogerse por ley la dimisión automática por engaño al pueblo.

Tampoco nadie debe refugiarse, en plena ruta electoral, en unos datos de recuperación del empleo porque no es riguroso. ¿Hay mucha diferencia entre tener 4.149.000 parados o tener 4.300.000? Ya ya, son 150.000 dramas personales menos -que yo celebro-, pero lo que quiero significar es que sigue siendo una cifra excesiva de desempleo y, por tanto, nadie puede regocijarse de nada. ¿No será que hay menos parados registrados porque nuestros ciudadanos siguen emigrando fuera en busca de un trabajo? El último dato de españoles que han salido de nuestro país, correspondiente al primer semestre de 2015, es desalentador: se han ido otros 50.844, lo que significa un 30% más que en el mismo periodo de 2014. Desde que el PP llegó al gobierno han emigrado más de 261.000 españoles en busca de un futuro mejor. A pesar de lo que se nos dice desde el Ejecutivo, nuestros compatriotas siguen marchándose de España, y a un mayor ritmo. Por cierto, ¿cuántos de estos españoles se borraron de las listas del paro registrado? Esto respecto a la cantidad del desempleo, ya que si nos referimos a la calidad del empleo creado, y que le hace a Rajoy «sacar pecho», debo reiterar lo expuesto en otras ocasiones: es un empleo precario, basura y con salarios indignos. Pero ellos siguen en ruta y en televisión. Poniendo la mejor de sus caras.

Un debate «capado»; así ha sido el rifirrafe televisado en la cadena Atresmedia, donde el presidente del Gobierno ha preferido no cometer errores y ausentarse, como la vieja guardia que es, ante Sánchez, Rivera e Iglesias que son los candidatos del PSOE, Ciudadanos y Podemos respectivamente. Envió a debatir a la todoterreno de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, la misma que cuelga en los carteles por las calles de Madrid y que como dice el maestro del periodismo, Iñaki Gabilondo, en su video blog diario «algunos empiezan a decir que en esta función, Rajoy es el telonero y Soraya la verdadera estrella», aunque en el debate televisado quien se llevó el «gato al agua» fue el líder de Podemos, y quien quedó tocado fue Pedro Sánchez. Ni más ni menos.