Después de analizar, en semanas anteriores, las propiedades terapéuticas del juego, y los beneficios de desarrollar una actividad que produce placer en sí misma, en lugar de ser, como casi todas las demás conductas del día a día, un mero medio para lograr una recompensa ulterior, nos centramos ahora en otra de las interesantísimas funciones de esta actividad. Y es que numerosos investigadores, tanto de la Universidad de Cambridge, como del Centro para la Investigación del Juego en la Educación, el Desarrollo y el Aprendizaje (PEDAL) están comenzando a vislumbrar las enormes propiedades del juego como instrumento pedagógico. Probablemente era algo que supimos desde el principio, pero habíamos olvidado.

Efectivamente, la finalidad del juego, que surge de forma espontánea en la mayoría de los animales de la naturaleza, consiste en ensayar comportamientos, desarrollar habilidades psicomotrices, intelectuales, relacionales y emocionales. El juego es un ensayo de la vida. Los cachorros de león juegan a atacarse, afinando sus habilidades. Del mismo modo, los humanos muestran interés desde muy temprana edad para las tareas que deberán afrontar en su vida adulta.

Por eso, como afirma la investigadora Marisol Basilio, «que el juego esté limitado al recreo no tiene mucho sentido desde nuestra perspectiva como psicólogos del desarrollo». La universidad de Cambridge, por su parte, ofrece la primera cátedra de Lego del mundo, financiada con 6,2 millones de dólares por la Fundación de la empresa danesa.

Sin embargo, uno de los juegos más estimulantes, tanto por su capacidad didáctica como por su interés para los investigadores de la psicología social, es el juego de roles. Cuando varios jóvenes juegan a interpretar a otras personas, ya sean su madre, un amigo, o un superhéroe de cómic.

Esta dinámica requiere de procesos mentales complejos, como el razonamiento abstracto y razonamiento simbólico, el desarrollo de la empatía, etc. Los niños con buena capacidad para la imitación muestran dotes excepcionales para la observación, la integración de la información, y la intuición. No sólo repiten lo que han visto en el otro, sino que también generan nuevas conductas a partir de lo que se supone que aquel haría.

Además relacionarse con los demás cuando ejerce el rol del otro, alimenta una versatilidad para las relaciones sociales que, bien enfocada, le convertirá en un adulto socialmente exitoso. Gracias a esta habilidad, las personas podemos barajar diferentes opciones de respuesta ante situaciones difíciles y evitar la rigidez de los planteamientos reduccionistas.