Si la encuesta del CIS correspondiente al mes de noviembre coincide con la realidad del 20 D, no tengo más remedio que adentrarme, con todo el dolor de corazón que me quepa, en la convicción de que a la gente le importa un carajo que el Parlamento Europeo haya certificado que uno de cada tres niños españoles estén en riesgo de pobreza y de exclusión social. Amargamente muchos pensarán que esto es una exageración. Yo no los veo, dirán y tranquilizarán sus conciencias, o, todo lo más, exclamarán un lastimoso ¡qué pena!, pero nadie moveremos un dedo para revertir esta canalla situación. Porque ¿quién tiene la culpa de esta maldad? Miremos sin prejuicios, con serenidad quién ha gobernado los últimos cuatro años y, si les parece poco objetivo mi dato, arrastremos las culpas a otros cuatro años antes. Me da igual, siempre he defendido dinamitar este maldito bipartidismo que se instauró tras las elecciones de 1977, dio amparo la Constitución con su injusta ley D´Hont y que perdura, dándonos en el cogote sobre todo a las clases medias y bajas, desde aquellos «gozosos» tiempos. Pero, como en el rosario católico, detrás de los misterios gozosos, que ya acabaron, están los «dolorosos» que estamos padeciendo ahora.

No alcanzo a comprender que un partido que ha hecho de la corrupción su santo y seña con Gürtel, con Púnica y con más casos que prefiero obviarlos por cuantiosos, vaya de sobrado en la cabeza de la intención de voto de los españoles, me conduce a una sola salida: a los españoles nos va la marcha. Son tendencias que, sin duda, algún día cambiarán, pero mientras Sálvame y su princesa del pueblo gocen de la máxima audiencia en la hora punta de un viernes, pues es el único clavo ardiendo al que puedo agarrarme para confiar que esto es como una pulmonía que solo curará el tiempo.

Los votantes, especialmente los del PP, tienen artrosis en las manos. Les da igual que hayan condenado a cinco años de cárcel y multa de 20.000 euros a una participante en «Rodea el Congreso». Es la ley, la famosa legalidad, pero tampoco mueven otro dedo para cambiarla.

O que la factura de la luz haya subido el 10 % en el último año pese a las promesas de ese señor al que ustedes siguen votando, prefieren darle al despotrique pero regalarle la papeleta. O sea que pasar frío les sigue importando un carajo. Pero los dedos del voto se nos siguen haciendo huéspedes.

O que un buen racimo de políticos, y no voy a hacer distingos, estén entre rejas, imputados o a punto de visitar al juez que, deseemos, imparta justicia, que esa es otra. No cuestiono la justicia, pero sí los medios que aparentan que ésta no existe, o no es igual para todos.

Se levanta la piel de toro y aparece un país podrido y lleno del pus de la corrupción. ¡Pero qué más da también! Lo importante es ser serio y tener experiencia, no como los demás que son unos pardillos irresponsables. ¿A quién prefiere usted, a alguien con experiencia o a alguien decente? Vivimos en terrorismo de Estado continuo en todos los órdenes, pero tiene su encanto, el encanto de la resignación masoquista. Dejar que uno de cada tres niños esté en riesgo de pobreza es terrorismo de Estado. Poco importe, pues, que la desigualdad social se haya instalado en España como las garrapatas en los perros: los ricos son exageradamente ricos y los pobre, exageradamente pobres.

Los viejos deberían aprender que se es viejo cuando se empiezan a repetir las costumbres y los caminos. Parece que los viejos, viejos de alma, le darán la victoria a Rajoy y repiten el camino las veces que haga falta, abandonando a su suerte y a la indefensión a sus hijos y a sus nietos, por mucha parte de la pensión que les cedan. Con razón escribió Simone de Beauvoir que la vejez es una humillación. Una humillación voluntaria, añado yo.

Nos venden, como si fueran los «charlatanes» al más puro estilo del difunto y admirado Ramonet «el de las mantas», que la recuperación es una alegre realidad. Que el paro está bajando, que hemos cruzado el mejor noviembre de los últimos años, pero omiten descaradamente toda la gente que se ha visto obligada a emigrar en busca del ansiado trabajo, sobre todo en los jóvenes, como también omiten maliciosamente la precariedad de estos contratos. Así nos convertimos en una sociedad vieja, madura y conservadora que se instala en la derecha.

En definitiva, que yo, siendo mayor, viejo, de la tercera edad, me da igual la acepción, prefiero sentirme joven, no resignarme y luchar con mi voto para cambiar este Gobierno.

Entre quien entre, siempre será mejor que lo que tenemos. Me da lo mismo quienes sean, no voy a andar a estas horas con remilgos.