A pesar de la cocina, que lamentan con acritud todos menos cuando son gobierno, la encuesta del CIS es el más fiable de los sondeos, no ya por la experiencia y profesionalidad de los que la elaboran, sino también por el importante número de entrevistas que se llevan a cabo, son más de 17.000 a menos de un mes de los comicios generales. Aparte de la novedad de que el reparto de escaños, excepto esos casi cincuenta que suelen ir a parar a los partidos regionalistas o nacionalistas, se lo van a disputar, en mayor o menor medida, cuatro partidos en vez de dos como hasta la fecha, lo más impactante es que una vez más el descalabro del socialismo, tras la trágica segunda era del zapaterismo, se augura como inevitable, no ya por el propio CIS, sino por prácticamente todas las empresas demoscópicas que semana a semana muestran su trabajo en los medios de comunicación por encargo de estos.

Tanto a nivel nacional, como lógicamente si nos detenemos en autonomías, exceptuando los feudos de Andalucía y Extremadura, provincias o ciudades, los socialistas vuelven a bajar en número de escaños tras los 110 de Rubalcaba y quedan de nuevo por debajo de los populares, que, a pesar de un fuerte descenso desde su mayoría absoluta, se mantienen como primera fuerza. Pescar en el caladero de los indecisos, que aumentan su número en la encuesta gubernamental, para intentar dar la vuelta a los vaticinios, parece harto difícil para el partido que lidera Pedro Sánchez, si acaso podría maquillar los resultados afianzándose como segunda formación política. La sombra de Susana Díaz, se vislumbra por el horizonte más alargada que nunca conforme van pasando los días y se acerca la jornada electoral.

La política de pactos del socialismo con los nacionalistas radicales e independentistas, y/o las fuerzas de extrema izquierda alrededor de Podemos, que fueran pieza fundamental para gobernar en la época zapaterista, llevada a cabo tras los comicios autonómicos y municipales, sin duda ha aumentado el poder en las instituciones en el conjunto de la piel de toro, pero al no ser entendida por gran parte del electorado, ha terminado por perjudicarle como partido de gobierno a nivel nacional. La desconfianza tanto en los discursos, echándole la culpa de todos los males, incluido el paro, a Rajoy, sin tener en cuenta que todo comenzó con Rodríguez Zapatero, como en los planteamientos tácticos, las alianzas postelectorales antes citadas, de los que mandan hoy en Ferraz, están conduciendo al PSOE a un nuevo fracaso electoral. Es tan evidente la debacle, incluso para ellos, que el propio Sánchez propone un tripartito con Ciudadanos y Podemos para evitar un nuevo gobierno popular. Está claro que en ningún caso se ven como vencedores de la contienda.

De confirmarse las encuestas en las urnas, todos los gobiernos comandados por los socialistas y sostenidos por fuerzas radicales, quedarían tocados y con bastantes problemas para seguir adelante. Muy cerca tenemos dos claros ejemplos en la Generalitat y la ciudad de Alicante. En ambos casos, la llave la tiene Compromís, cuyas tendencias nacionalistas y pancatalanistas son de sobra conocidas, y en menor medida la marca blanca de Podemos, Guanyar, cuyo líder no hay día que no desestabilice el gobierno municipal alicantino y deje con el culo al aire al alcalde Echávarri. Sus decisiones, en demasiadas ocasiones al margen de las consideraciones de los otros grupos que componen el tripartito, han terminado con la confianza y paciencia de buena parte de los vecinos, que han llenado el casco antiguo de pasquines en su contra. Ni la Castedo logró tanta oposición vecinal en tan poco tiempo de gobierno. Las componendas de origen abstruso o recóndito suelen pasar factura, pactar con quien sea y como sea con tal de volver a tocar moqueta puede llegar a tener estas consecuencias, que el electorado te castigue en unos nuevos comicios.