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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Ozymandias

No hay nadie como los británicos a la hora de reflejar la tristeza, la nostalgia, ese qué-sé-yo de lo decadente y el pasar de los imperios que devienen ruinas enterradas y olvidadas en la arena. Bueno, quizá también los gallegos y los portugueses tengan en sus genes ese componente de saudade o de morriña que debe ser residuo céltico. Como hoy tengo el día decadente voy a leer de nuevo ese soneto de Shelley que me parece tan evocador: «Y en el pedestal se leen estas palabras:/«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:/¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!»/ Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia/de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas/se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas». Me imagino que la mayoría de ustedes lo sabrán, pero -sólo por si acaso- les cuento que Ozymandias es uno de los nombres con el que se ha conocido a Ramsés II, mi faraón favorito por motivos que les paso a relatar.

Ramsés fue muy grande -o debió serlo, nadie aguanta 80 años en el trono con mano de hierro sin ser un tipo listo- pero desde luego era un maestro de la propaganda y de vender como propias hazañas que, o bien no se produjeron, o en las que no tomó parte o que fueron de otros. Como tiraba con pólvora de faraón no tuvo mayor recato en hacer esculpir maravillosamente en bajorrelieves, en Abu Simbel, la Batalla de Qadesh, que yo he visto con estos ojitos y todavía me tiembla el belfo. Más falso que Judas: Ozymandias no sólo no destruyó a los hititas, sino que ni siquiera tomó la ciudad de Qadesh y los historiadores vienen a deducir que fue como un empate a uno con un encuentro muy trabado y poco lucimiento de los delanteros. La cosa es que Ramsés era tan egocéntrico como Cristiano y al pobre rey hitita Muwatalli no le recuerdan ni los suyos (yo le he tenido que buscar en la wikipedia).

Reconocerán que dárnosla con queso tres mil doscientos y pico de años después de sucedida la batalla tiene su aquel y ni siquiera los doctores más conspicuos de teoría de la Comunicación podrían haber igualado su «Masterplan». ¿De dónde se deduce que vender humo es rentable? Pues, según; si lo haces con la gracia de Ramsés y eres capaz de que te muestren masacrando a tus enemigos como el tío más macho tirando flechas en un carro a toda velocidad, puede ser que la imagen sobreviva a la realidad. Si, en cambio y como es más habitual, pretendes vestir la podredumbre con ropas papales, te sale esa imagen horrenda del Papa Formoso I al que desenterraron para juzgarle nueve meses después de fallecido (busquen por ahí el cuadro del «Sínodo del Cadáver», que es para no dormir en semanas).

No es lo mismo. La tendencia generalizada de muchos poderosos es pensar que la propaganda es capaz de tapar todas las tropelías: ¿Cuánto vale esto?, pues dame cuarto y mitad de campaña de publicidad y moveré el mundo. Así muchos prefieren pagar voceros que directamente hacer las cosas de forma tal que te reconozcan por tus obras. Lo malo es cuando efectivamente te reconocen, no puedes anotarte ni una buena acción y entonces tratas de tapar con la capa pluvial tus miserias. Y si encima alguien saca los planos de construcción de la capa, enseñando las costuras y los desgarrones más o menos zurcidos, lo mejor es que te trague la tierra.

No sé si es más peligrosa la pluma que la espada, pero desde luego poner blanco sobre negro algunas cosas -y que se filtren- es la cosa más irresponsable del mundo y la más alejada al «savoir faire» de un Padrino que musita susurrando: «Haz que parezca un accidente», pero que no lo hace constar por escrito, firmado y con logotipo.

Hay que tener el estilo de Ozymandias para ganar la batalla de la propaganda, aún sabiendo que ganando se puede perder, tu imperio quedar derrumbado y tu estatua colosal enterrada en las llanas arenas. Si eso pasó con Ramsés, imaginen lo que puede pasar con cualquier entidad, asociación o asimilada y sin tener ningún Centro en el que esculpir bajorrelieves...

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