Ni Phil Collins podría definer mejor el continuo «idilio» que desde hace un par de años llevamos de «seguidillo» los ciudadanos con nuestros representantes. Y ni mucho menos el desencuentro y la desafección que se ha logrado en los últimos años entre el mundo que vivimos y el que alguno de ellos vive. La que escribe esto (ahora es cuando supongo que podría ver los ojos de estupefacción de alguno y alguna seguro...) ha sido política y considera este sano oficio el culmen de todos los grandes oficios de la humanidad. El hombre (eh? incluye en genérico a la mujer, femina dixit) es sin duda un «ser político», es la suma de ideas, comportamientos, formas de actuar, estructurarse en sociedad y sobre todo es, como el que más, el gran RRPP (léase, Relaciones Públicas) de la historia de la naturaleza. El hombre es capaz de venderte una moto sin ruedas en el desierto del Kalhari y hacerte creer que a la vuelta de la esquina se encuentra el maná, cuando lo que hay es el peor de los arenales sin fin y un sol de quemarropa ardiendo sobre la Tierra. Así que los políticos son y somos una de esas cosas que es necesaria, muy necesaria, por mucho que los antisistemas se empeñen en abrumar con mensajes absurdos. De hecho, el mayor politicón que conozco son quizás ellos mismos. Pero es cierto que en estas lides han llegado a aburrir al personal, a hastiar a tirios y troyanos hasta dejar Mujeres al borde de un ataque de nervios y a Carmen Maura en pañales. Pues bien, de elecciones estamos de nuevo, en plena campaña electoral y en medio, encima, de la cuesta navideña. Entre bolitas de blanco nieve, luces de Navidad, portales de Belén y sobre todo la Navidad del Corte Inglés, que viene a ser la Navidad (vamos, qué haríamos sin esa Navidad...) desde tiempos de Cúentame hasta la fecha, entre todo eso? señores, se abrió el telón de nuevo de las vanidades y volvemos a tener que decidir qué queremos para nuestra casa, sí, para nuestra casa. Y ahora explico por qué. Me sorprende, y esta columna es diferente por el planteamiento, que de los «clásicos» mítines haya quedado poca cosa. Con lo que molaba ir a ver al candidato o candidata armado de valor, con banderola en ristre, y saloncito de actos o recinto enorme (según para la ocasión) armándose de valor para leer y tratar de arrancar el aplauso general. Se echa de menos esa suerte de ginkana que se montaban desde el día uno hasta el último, los autobuses, las pegadas, los pasquines y hasta el reparto de programas. Internet y las redes sociales han dado carpetazo a esa campaña tan genial en la que tocabas, veías y podías preguntar en vivo y en directo. Nadie se podía esconder tras el espejo del líder y quedar agazapado en un silencio así, disimuladito? podías además criticar, comentar y hasta darle vueltas a los trajes, pantalones, pelos y formas de hablar (porque eso tiene tela eh... menuda lección de simbología escondida tras una mecha de «diadema Yanes» o una camisa a cuadros «perfilito Suresnes»?) e incluso plantearles esa típica pregunta en vivo y en directo, comida de escote mediante (tan manida y habitual en toda la campaña), sobre qué es un «modelo 347» que, perdonadme, no es cualquier pregunta? O cómo haría usted para pagar al banco cuando se pasa el tiempo entre bancos en vez de trabajar? o mísmamente porque es tan difícil ser mujer y no morir en el intento, o morir, que está al parecer muy de moda que te «peguen el viaje» a la primera que protestas en casa? En fin, como diría mi colega Paco Olivares, que acaba de currarse la inauguración del gran Toño Laso con el nuevo Vivaldi, una vermutería de diseño y carta genial, vaya tiempos camarada nos ha tocado vivir. Pues sí, los que se avecinan tras el 20-D, no sé yo, no sé yo? Feliz domingo.