Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bartolomé Pérez Gálvez

El club de la oscura triada

Los arribistas y los serviles existen desde que los humanos comenzaron a organizarse en sociedades. Siempre ha habido especímenes de esta calaña, pero en determinados momentos confluyen circunstancias que abonan el terreno para que proliferen y campen a sus anchas. Todo cambio implica ese riesgo y el que está aconteciendo en esta Comunidad no va a ser menos, por mucho que algunos alardeen de su pureza. Me cuentan que, en ciertas áreas de la administración autonómica, ya se percibe la presencia de los inmorales que han medrado al amparo del nuevo poder. De Aristóteles a Maquiavelo, los clásicos del arte de la política recomiendan a los gobernantes llenar las barrigas de su tropa. Todavía estamos en esas y, lejos de entrar en razón, seguimos sin decidirnos a finiquitar tan insana costumbre. Es más, la sociedad acaba asumiéndola como un mal menor ¡Joder! somos la leche.

Coincidirán conmigo en que estos personajes, advenedizos y rastreros, merecen desprecio. Y, aunque nada me importe cuáles sean sus ideologías, dudo que profesen ninguna que vaya más allá del culto al ego y a los bienes materiales. Son parásitos sociales que, llegada la ocasión, saben aprovechar su proximidad al poder para lograr lo que de otro modo nunca hubieran alcanzado. El problema se agrava cuando interfieren en los intereses colectivos o rompen las ilusiones de quienes, a diferencia de ellos, tienen los pies en la tierra y no sueñan con las glorias del Olimpo. La cuestión es que acaban siendo como el perro del hortelano: ni comen ni dejan comer.

Que nadie se confunda, el color del gobierno es irrelevante en lo que respecta a este tema. Conozco a más de un tipo a quien los populares pusieron en un altar y ahora los socialistas acabarán ascendiendo a los cielos. También los conocí, unos 20 años atrás, haciendo el recorrido contrario. Esos trepas siempre estarán ahí, a la espera del beneficio que puedan obtener. El arribista intenta subir rápido y sin escrúpulos, independientemente de quien ostente el mando. La única diferencia entre los que ahora menean el rabo y los que han acabado con él entre las piernas, es su mayor o menor proximidad a los mandamases de cada momento. Por lo demás, igual de mezquinos.

No puedo compartir la opinión de quienes los legitiman, argumentando que la situación se repite, inalterable, desde el principio de los tiempos. Aun siendo cierto, no por ello debemos permitir que se perpetúe la inmoralidad. Son los mismos perros con distintos collares. Al igual que sucede con otras muchas injusticias, el arribismo -como el revanchismo- se retroalimenta en un círculo vicioso. El ser humano sigue justificando sus maldades en base a las que otros hicieron antes. Sea como tragedia, sea como farsa la historia se repite. Así lo afirmaba Marx y buena razón llevaba.

A los arribistas se les identifica a priori y adivinar sus movimientos inmediatos no es muy complicado. Hace años que un par de psicólogos canadienses -Delroy Paulhus y Kevin Williams- definieron un tipo de personalidad al que denominaron «oscura triada» (dark triad). En síntesis se trata de la conjunción de rasgos narcisistas, psicopáticos y maquiavélicos, perfil que viene al pelo para describir el estereotipo del arribista.

Puede que inicialmente parezcan equivalentes, pero en realidad son rasgos claramente diferenciados. El narcisismo aporta esa pedante sensación de superioridad sobre el resto de los humanos. El maquiavelismo, la tendencia a manipular y explotar a los demás para alcanzar sus objetivos. Finalmente, el punto psicopático se manifiesta por la falta de empatía y el desprecio hacia los intereses ajenos. Lo dicho, unos seres mediocres y bastante deleznables pero, lamentablemente, con buenas perspectivas de futuro y no siempre durante un corto plazo.

No son enfermos dignos de comprensión. Tampoco presentan ese sesgo cognitivo que descubrieran Dunning y Kruger, por el que los incompetentes se creen más sabios que quienes les rodean. En realidad son la versión más malévola del principio de Peter. Sus conductas son premeditadas y dirigidas a su particular interés. Por alcanzar sus metas hacen de la deslealtad su bandera. Degradan su entorno cuanto haga falta para evitar que nada ni nadie evidencie su mediocridad. Utilizan con absoluto desparpajo la difamación para desprestigiar a los que consideran sus rivales, las promesas de imposible cumplimiento y, como alimento de su narcisismo, el recuerdo constante a cómo sus poderosos amigos reconocen sus grandes proyectos. Ideas que, dicho sea de paso, suelen obtener de otros, dada su innata tendencia a ser más vagos que la «quijá» de arriba, que diría un boricúa.

Para ser sincero, lo que me preocupa de convivir con arribistas es su afán de cargarse todo lo que no pueden atribuirse como propio. Es posible que Paulhus y Williams olvidaran incluir un rasgo también característico de esta caterva: la envidia. Entristece observar cómo maquinan para destrozar aquellas iniciativas que no pueden controlar directamente. Siempre habrá quien, desde una posición de mayor rango jerárquico o como subordinados, les ayude a ejecutar sus barrabasadas. Luego bastará con argumentarlas para contentar a los inocentes que creen cualquier excusa. Su lema desborda pragmatismo: primero golpea y luego busca una explicación convincente. Para ello recurren a manidos conceptos como una mayor eficiencia, la modernización o las planificaciones que se sacan de la manga.

Hay un ying y hay un yang. El juego de los complementarios. Estos trepas no alcanzarían sus objetivos si no existieran los serviles que actúan como necesaria contraparte. Tan malos son estos advenedizos como los timoratos que les hacen la corte. Y si alguien se resiste, se le aplica una dosis de mobbing y a esperar que reviente. Se trata de una práctica más frecuente de lo que sería deseable. De hecho, en gran medida es conocida y consentida por quienes debieran evitarla.

Cuídense de quienes constituyen el club de la oscura triada. Estos son sus principios aunque como decía el otro Marx, el gran Groucho, si no les gustan siempre tendrán otros para convencerles. Mala gente.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats