Los cambios de clima se han producido a lo largo de la historia de la Tierra asociados a fenómenos naturales, a la actividad geológica y biológica del planeta. Sin embargo, el cambio climático actual se justifica por las actividades del hombre y su efecto directo o indirecto en la composición de la atmósfera, como indica el Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático (2007). En este caso, por tanto, deberíamos hablar de cambio climático antropogénico. Para que un clima cambie en una zona, los fenómenos meteorológicos, como las precipitaciones y las temperaturas, deben ser recurrentes de forma cíclica y determinar, en última instancia: unas condiciones ambientales (medio físico) diferentes a las anteriores, la existencia de biodiversidad adaptada al medio físico, y afectar a la formación de unas tipologías de suelos y de paisajes que estaban antes del cambio.

Los cambios en el clima se asocian a modificaciones en la composición de la atmósfera, cambios en la proporción de gases como dióxido de carbono o de vapor de agua, capaces de producir el efecto invernadero, el calentamiento de la superficie terrestre.

En París se están decidiendo muchas cosas, o al menos así lo esperamos. Todos tenemos la esperanza de que no sea un simple mercadeo de emisiones de gases como se derivó del Protocolo de Kioto o que se limite a tratar de los combustibles fósiles, una de las muchas facetas que tiene este complejo problema. Lo que realmente importa es realizar adaptaciones que ayuden a mitigar y paliar los efectos del cambio, a reducir las concentraciones en la atmósfera de los gases invernadero y tomar medidas serias, nada complicadas: básicamente naturalizar nuestro medio como bien indica Ricardo Almenar, con el que no se puede estar más de acuerdo.

En estas circunstancias nos hayamos inmersos en el Año Internacional de los Suelos (este sábado es el Día Internacional del Suelo), promovido por Naciones Unidas para darnos cuenta de la importancia de nuestros suelos para nuestra vida. Centra el tema en la necesidad de tener suelos sanos para poder subsistir. Las palabras de José Graziano da Silva, director general de la FAO, no pueden ser más claras: «Las múltiples funciones de los suelos pasan a menudo desapercibidas. Los suelos no tienen voz y pocas personas hablan por ellos. Son nuestro aliado silencioso en la producción de alimentos». En la Carta Europea del Suelo (Consejo de Europa, 1972), ya se señalaban aspectos muy importantes tales como que «El suelo es uno de los bienes más apreciados de la humanidad. Permite la vida de los vegetales, los animales y las personas en la superficie de la Tierra».

Somos grandes desconocedores de las funciones que realizan los suelos por nosotros. No somos conscientes de que los suelos son el principal elemento depurador de las aguas, que sostienen la vida de los ecosistemas terrestres, que de ellos proviene más del 90% de los alimentos, las fibras, combustibles, materiales, medicamentos, que los suelos albergan más del 30% de la biodiversidad, entre otras muchas funciones. Pero frente al cambio climático, los suelos son el mayor sumidero terrestre de carbono. Retienen más del doble que toda la vegetación del planeta junta.

Los suelos han ido degradándose y perdiéndose de forma paralela al incremento de los gases invernadero. Muchas regiones del planeta caminan hacia la desertificación. Es importante saber que cada año se pierden 3,4 toneladas de suelo fértil por habitante en el planeta y que a este ritmo para el año 2050 reduciremos a la mitad el suelo fértil según indica Naciones Unidas. Todo este panorama, con una población creciente hacia los 10.000 millones de personas. ¿Comeremos petróleo o necesitaremos suelos para poder vivir? Desde que comenzó la revolución industrial, el contenido en carbono orgánico de los suelos se ha reducido a la mitad. Se estima que en el primer metro, los suelos del planeta almacenan algo más de tres veces del carbono que hay en la atmósfera.

Tenemos un gran aliado contra el cambio climático. Hacer que los suelos recuperen el carbono orgánico perdido, eliminándolo de la atmósfera. Naciones Unidas (UNEP, 2012) señala que el carbono del suelo juega un papel vital en la regulación del clima, el suministro de agua y la biodiversidad, y es fundamental para proveer de servicios ecológicos esenciales para el bienestar humano, ante el panorama al que nos enfrentamos de un incremento proyectado del 50% de la demanda de alimentos, un 35-50% de la demanda de agua y un 45% de la de energía.

La región mediterránea como zona especialmente sensible, donde es necesario reducir los efectos del Cambio Climático, combatir la desertificación y mitigar los efectos de la sequía. José Luis Rubio (2005) ya advertía que las condiciones climáticas semiáridas, la variabilidad en las precipitaciones, la existencia de suelos empobrecidos en materia orgánica, la tendencia a la erosión y un relieve escarpado y diverso, junto con la deforestación, son problemas que agravan la situación. Naciones Unidas advierte que el sector relacionado con los usos del suelo y sus cambios representa cerca del 25% del total global de las emisiones de gases invernadero a la atmósfera y deben ser reducidos. Hay un enorme potencial para el secuestro de carbono a pequeña y gran escala en relación con el manejo sostenible de suelos. Uno de los objetivos previstos para alcanzar la neutralidad en la emisión de gases debido a la gestión del suelo (Objetivo 15.3 del Desarrollo Sostenible de ONU) que se discute en el COP 21 de París es la restauración y rehabilitación de 12 millones de hectáreas de suelo degradado por año, que podría ayudar a mitigar un 25% las emisiones actuales para el año 2030.

La pérdida de la agricultura tradicional, que mantenía y conservaba suelos y recursos hídricos, el impacto de los incendios , la pérdida de fertilidad en los suelos agrícolas por la salinización y la erosión favorecen el cambio climático enormemente. La Comunidad Valenciana es un claro ejemplo de área mediterránea en grave riesgo si se cumplen las previsiones de los modelos comúnmente aceptados de calentamiento global. Apenas un aumento de medio metro en el nivel del mar puede ocasionar graves daños socioeconómicos difíciles de solucionar. Las consecuencias sociales son impredecibles. La modificación y alteración de los recursos podría desencadenar grandes procesos migratorios humanos. La organización internacional para las migraciones (IOM), estimó que para 2050, alrededor de 200 millones de personas se verían obligadas a emigrar, hecho motivado directamente por el cambio climático.

Las soluciones están a nuestro alcance. La clave en el área mediterránea y en otras partes del mundo está en el uso adecuado de los suelos. La situación en la Comunidad es aparentemente más grave en el sur que en el norte, siendo en líneas generales la provincia de Alicante la más afectada. Junto con el resto de provincias del sureste, se convierte en un frente importante de lucha contra la desertificación. Alicante es la que presenta menor territorio forestal de arbolado y una masa forestal menos biodiversa según el Inventario Forestal Nacional, con predominio de pino carrasco, especie que muestra cierta propensión a los incendios forestales. Los suelos agrícolas se han empobrecido en materia orgánica, disminución que implica una contribución al aumento de CO2 atmosférico.

Tenemos la oportunidad de actuar convenientemente para contribuir a mitigar y reducir los efectos negativos de los cambios globales. Son varias las ideas y propuestas para tratar de mitigar los efectos del cambio climático, pero sin duda la básica es hacer que los ecosistemas funcionen, que la vegetación y los suelos actúen para reducir la presencia de CO2 en la atmósfera y reducir sus emisiones, y de forma general todos los gases de efecto invernadero. Necesitamos recuperar cubiertas vegetales adaptadas a las condiciones actuales (reforestar y revegetar), que vuelvan a funcionar absorbiendo carbono para que este pase a los suelos y actúen como sumidero. Conviene cambiar las estrategias económicas y políticas con un enfoque de futuro, donde prevalezca el uso racional del suelo como elemento mitigador del cambio climático. En palabras muy claras, naturalizar nuestro entorno. Recuperar los cauces (fuera cemento y hormigón), evitar el sellado de suelos, fomentar la vegetación de ribera, la revegetación en las sierras, los usos tradicionales agrícolas (abonado orgánico), etc?, una labor de tiempo con resultado garantizado.

Los cambios de uso del suelo y su manejo nos ofrecen una gran posibilidad para contrarrestar los efectos negativos y contribuir a mecanismos limpios de desarrollo, como señala la FAO (2002). En París, por nuestro bien, deberían hablar de los suelos, de los grandes sumideros de carbono que debemos recuperar. La reducción de los gases de efecto invernadero pasa por una adecuada gestión del suelo y el incremento del almacenamiento de materia orgánica.