Estimado señor director, quisiéramos hacer algunas aclaraciones en relación a la nota aparecida en su periódico el 18 de noviembre con el título El Carnaval se queda sin local por poca seguridad en el que el Ayuntamiento de Alicante declara la extinción del derecho de ocupación del local que la Mesa del Carnaval, entidad organizadora de estas fiestas, tiene en la calle Sargento Vaíllo, 28. La razón, según informes técnicos, está en «la falta de condiciones de seguridad, salubridad e higiene necesarias para su uso actual». Así, con esta breve nota, se despacha Doña Cuaresma para calentar el Carnaval en Alicante.

Podría inferir el desconocedor de la realidad de esta fiesta y de sus ya más de 35 años de historia: que las personas que de alguna manera «habitamos» ese local somos gente peligrosa, antihigiénica e insalubre. Y lo peor es que parece que no hayamos hecho nada para mejorar esta situación de «precariedad», que no de seguridad y salubridad. Para que quede claro y en primer lugar: en los últimos años la Mesa de Carnaval ha demandado en numerosas ocasiones mejoras en el espacio a la totalidad de los concejales de turno del Partido Popular y, por supuesto, a la actual concejalía, a través de su secretaría, ya que al parecer el señor Echávarri, titular del cargo, no tiene tiempo para atendernos.

Que sea la actual corporación «progresista y de cambio» la que «extingue el derecho de ocupación del local de la Mesa de Carnaval» resulta paradójico. O denota una falta de fluidez comunicativa entre los distintos departamentos (Fiestas, Cultura, Patrimonio) para afrontar la situación, al parecer, surgida a raíz de una denuncia de unos vecinos ante el Síndic de Greuges por las «molestias» que les ocasiona ese local, o por contra, esperemos que sea ese el problema, es fruto del desconocimiento de lo que ese local significa para la cultura popular de base en Alicante.

Seguramente a los técnicos municipales que han elaborado el informe les parecería insalubre e inseguro el edificio de las antiguas escuelas de San Roque de la plaza del Carmen donde se congregaba en los ochenta el colectivo Carnestoltes, con Antonio Deféz y José María Morant Berruti, creando pendones de indudable calidad artística, pariendo el «Sábado Ramblero» y configurando la arquitectura de lo que hoy es el programa oficial de actos de esta ciudad. También les parecerían inseguros los pozos de Garrigós, antes de ser rehabilitados, en los 90, donde nace la peña carnavalera La Tripa del Moro y donde muchos de nosotros vivimos momentos inolvidables en aquel entorno virgen a la institucionalización. También era cesión municipal -y seguramente insalubre- el local cercano al Mercado Central en el que creció la peña Ribonucleicos con sus desbocados pregones y sus «arqueologías urbanas». Todo aquello, todo esto, hubiese sido imposible con estos técnicos.

Pero no matemos al mensajero. La actual decisión política de la corporación municipal de extinguir ese derecho, esa necesidad, eludiendo las conversaciones para afrontar el problema y dejando in albis la continuidad de una labor forjada a lo largo de tres generaciones de alicantinos, con una escueta nota de prensa, parece peor. Las personas que a lo largo de estos años hemos trabajado desinteresadamente para mantener vivo este rito del Carnaval en la ciudad nos sentimos ofendidas, tanto en el fondo como en las formas, por el desaguisado que provoca la decisión del Ayuntamiento de dejar «sin casa» al Carnaval. Exigimos abrir una mesa de diálogo para buscar una solución definitiva a esa «demanda histórica de un espacio para las entidades de Carnaval», que hasta hoy era un derecho adquirido fruto de la lucha de dichas entidades, las más de las veces contra sus propios gobernantes.

Supongamos que el entuerto es fruto del desconocimiento. Si es así, aclaremos cuestiones.

¿Por qué el Carnaval necesita un local?, ¿qué se hace allí? Si pensamos en «micro» es sencillo: Todo gira alrededor de un taller de artes, una mesa grande, una buena cena de sobaquillo, y gente que aporta su tiempo y sus conocimientos desinteresadamente para celebrar un rito ancestral en su espacio natural: las calles de Alicante. Cada año se elaboran pendones, se construye la sardina, se escribe y ensaya el pregón, se preparan letanías, piñatas para los niños. Se organizan infraestructuras, disfraces, calendarios, actuaciones, recorridos... Pero la actividades que se promueven desde las entidades de Carnaval no se circunscriben a esas fechas, que además varían cada año. En los meses de mayo y junio se diseña y construye la Foguera Itinerant. En agosto y septiembre se prepara el «Adveniment de la Sardina» y aspiramos a organizar cada año, en la noche de difuntos, una fiesta en una plaza de la ciudad.

¿Pero por qué alrededor de esa mesa y ese taller de la calle Sargento Vaíllo, 28, al que hoy se califica como inseguro e insalubre, han surgido iniciativas culturales de base que trascienden al Carnaval? Ya en el año 1981 las entidades del Carnaval se autodefinían como asamblearias y horizontales y en el año 2015 continúan siéndolo. Treinta y cuatro años de «prácticas» han posibilitado que las puertas de este espacio hayan estado siempre abiertas a la creatividad, que hayamos sido sensibles y permeables a las iniciativas que demandaba esa cultura popular que no encontraba cabida en la cultura oficial. Acontecimientos culturales tan significativos como el festival Alacant Desperta surgen al calor de la mesa de ese local insalubre. El impulso de la labor de asociaciones como Alacant Rock también creció de algún modo entre esas «inseguras» y antihigiénicas paredes. Decenas, cientos de jóvenes músicos de la ciudad han podido tocar en las fiestas de su ciudad para sus amigos y vecinos con la dignidad que merecían. También han sido cientos los músicos del Pais Valencià que encontraron en las entidades de Carnaval una ventana para superar el veto lingüístico del uso del valencià impuesto tácitamente por las instituciones municipales en los últimos años. La gente ha sentido, siente ese lugar, esos lugares, como suyos. Y eso nos enorgullece.

El Carnaval es un rito ancestral, pagano. Es una fiesta cultural política. Y, por ende, las personas carnavaleras también lo somos. Aunque nos guste conservar «el anonimato», nunca nos ponemos de perfil. No lo hacíamos en los ochenta, cuando el sida hacía estragos y era casi tabú institucional, repartiendo preservativos en nuestras fiestas. Ni en los noventa, a pesar de nuestras «guerras intestinas», siendo el ojo crítico que mostraba las vergüenzas de la ciudad a través de sus pregones y letanías. Estuvimos junto a la sociedad civil de esta ciudad cuando se movilizó contra la guerra en el año 2003. Nuestra Foguera Itinerant estuvo presente en la manifestación del 19 de junio del 2011, convocada por lo que aún era el movimiento 15M. El año pasado, nuestra Sardina desvió su ruta para denunciar el desahucio de Sonia, Paco y sus hijas. Allí estuvo el Carnaval, otra vez de frente, junto a la gente, contra la injusticia, en la calle.

Y que nadie lo dude, si hay una entidad festera en Alicante que haya sufrido las embestidas y recortes de la larga travesía de gobiernos del Partido Popular ha sido, sin duda, la Mesa de Carnaval. Las cifras y las estadísticas son tan sangrantes que ni las vamos a citar. Lo peor de todo de este ahogamiento económico, ideológico y técnico del que hemos sido objeto, son las oportunidades que Alicante y sus vecinos hemos perdido de disfrutar y consolidar esta fiesta -segunda en impacto económico en la ciudad-, con la importancia que creemos se merece.

El estado en el que se encuentra el local es el mismo que cuando entramos hace unos años, exceptuando las mejoras que modestamente hicimos. Y no deja de ser el reflejo de ese desierto del que creíamos estar saliendo.

Aun así, seguimos aquí redactando este escrito, en la misma mesa de Sargento Vaíllo, 28, con la esperanza de que esto no sea un esperpéntico espejismo, de que el Ayuntamiento tenga altura de miras y restituya ese derecho al Carnaval, ya sea acondicionando estas «instalaciones» o reubicándonos en una definitiva «Casa del Carnaval», gestionada por los propios colectivos, donde las peñas, collas de Dimonis e iniciativas de cultura popular puedan desarrollar su labor con independencia, estabilidad, dignidad y, por supuesto, salubridad. Hemos cenado algo mientras discutíamos y elaborábamos este documento. Esperemos no morir intoxicados.