La llamada Cumbre del Clima que se está celebrando en París no es como las anteriores. Hasta ahora, los chicos revoltosos de Greenpeace, los Verdes o los movimientos de extrema izquierda que querían caldear el ambiente a costa del enfriamiento del planeta, eran los que lanzaban llamadas de atención sobre las emisiones nocivas por su repercusión en el hábitat de nuestro planeta Tierra.

Pero eso ya no es así. Ahora, la opinión mayoritaria de los expertos así como la realidad del daño a la Tierra que se está produciendo en forma de evidencias, son una llamada de atención muy seria para revertir la situación o abocarnos a una realidad que ya es inquietante a no mucho tardar en forma de efectos devastadores de los que ahora tan solo conocemos la avanzadilla: cambios climáticos exagerados que causan pandemias, o cada vez más ciudades como Pekín con una polución que sobrecoge.

Estamos en el clímax del clima, y no solo porque llegamos en esta cumbre a punto culminante o de máxima tensión, sino porque desde el ángulo opuesto, clímax también significa en el diccionario la etapa final de una sucesión ecológica en la que se llega al estadio biológico óptimo y estable de una comunidad vegetal: y este clímax sería el objetivo añorado por todas las personas que aman la vida y quieren un planeta con un ecosistema saludable. Estados Unidos y China no pueden seguir hablando educadamente y destejiendo lo poco que se avanza en foros como este y ninguneando a la comunidad internacional este grave problema. Son muchas cumbres climáticas fallidas, con promesas incumplidas contra una humanidad atónita que ve cómo el problema no es solo para el Tercer Mundo, víctima y ahora ya como verdugo, por la magnitud de industrias contaminantes que se han levantado allí en los últimos tiempos.

Alguno me dirá: si no quieren los poderosos, no hay nada que hacer. Entonces, ¿no hagamos nada? Frente a quienes cogerían las armas propiciando una violencia física frente a esta violencia estructural contra la ecología, tan demencial, afirmo que existe algo más que se puede hacer aparte de resignarse o violentarse. Cabe asumir individualmente nuestras propias responsabilidades ecológicas, ser cada uno solución del problema, como gota en el océano, sí. Es necesario recuperar el sentido del límite como un valor que -leo- ya en la Antigüedad, se respetaba a la diosa Némesis como la suprema guardiana de los límites que castigaba a quienes los transgredían. En nosotros está parte de la solución? y del problema; en nuestro derroche, en la falta de reciclaje, en el uso indiscriminado de los coches, de la energía en general, que causan tantas necesidades superfluas a costa de la llamada Huella Ecológica.

Ya sabemos quiénes son los malos oficiales. Ahora falta darnos cuenta de cuánto contribuimos anónimamente al crecimiento insostenible a costa el verdadero desarrollo. Y mientras tanto, 750.000 personas se pudren en las fronteras de la Unión Europea sin atisbos de solidaridad. El anti clímax de los límites a quienes tienen el derecho a la libre circulación sobre todo si son asilados.