Un milagro del marketing foráneo, una americanada más -como el Jálogüen ese de las calabazas huecas con dientes terroríficos iluminadas por dentro- que demuestra que vivimos en una aldea global en la que se contagia todo: las ideas, las modas, la música, la criminalidad y hasta las horteradas.

El «Blas Fridei» ha inundado la avenida Maissonave de gente apresurada, llena de bolsas con logotipos de todas las tiendas, lanzadas a unas rebajas antes de tiempo para hacer caja y movilizar el consumo. Aquí no ha llegado la sangre al río, porque en los telediarios que transmiten las imágenes americanas ha habido auténticos motines, hostias como panes peleando por llevarse una ganga que, una de las dos señoras que medio se arrancan la peluca, afirma haber visto y haberle echado el guante primero. Perdón, ha habido una poca sangre en los pacíficos canarios. Se ha dado un motín que he visto yo, con estos ojos que tienen que acabar en el crematorio, en un centro comercial de Tenerife. Lucha libre entre señoras, «Pressing Catch» de la mejor calidad.

El «Blas Fridei» es una técnica más para vender, para ganar dinero para sobrevivir y adquirir una posición de ventaja en la jungla comercial en la que a poco que asomes la cabeza te la cortan y te mandan al cierre y al paro.

La campaña electoral -en la que llevamos años instalados- se ha inaugurado ya oficialmente y políticos de todo signo y condición andan a la greña, aguzando el ingenio, a ver quién es el que inventa la frase más contundente, la oferta más atractiva, el producto más imprescindible que deje prendado al pobre elector y fije la papeleta con el logotipo soñado. Un «Blas Fridei» político en toda regla.

Ya sabemos -lo dijo hace años Jordi Pujol, ese padre de la patria catalana devenido sospechoso de amasar fortunas y blanquear capitales familiares-: las promesas electorales se hacen para no cumplirlas. Perdón no fue Jordi Pujol, ya contaré algún día algo de él en primera persona, fue el viejo profesor, Tierno Galván. Las promesas electorales se hacen expresamente para engañar al personal y llevarlo al huerto. Así de fuerte.

Los expertos en publicidad, en lenguaje corporal, en sociología y en marketing político -que ahora crecen como hongos y hay hasta cátedras de esas disciplinas raras- afirman que no es tan importante lo que se dice, sino cómo se dice. Deduzco que los mejores políticos son los más teatreros, los que mejor declaman, los que miran a los ojos con gesto seductor, independientemente de que digan una gilipollez o hagan una promesa imposible de cumplir.

Como dice mi amigo y compañero de pupitre José Antonio Pérez Tapias -¡qué pena que el aparato se pusiera en su contra para defenestrarlo en la primarias del PSOE!- estamos en época de ofertas estrambóticas, promesas de saldo, rebajas de impuestos y escamoteo de productos averiados.

Lo dijo hace poco El Roto en una de sus geniales viñetas: Llueven jamones. Eso en época electoral porque, cerradas las urnas y contadas las papeletas, es normal que vuelva la sequía o solo caigan chuzos de punta.

Cada medio tiene un sociólogo de cabecera, con su agencia correspondiente, que publica sondeos de voto. Todos andan más o menos en la misma horquilla, hay casi un empate a tres con ligera ventaja gubernamental y, tras populares, socialistas y riverianos, andan los de Podemos aguantando el tirón hacia abajo de su bisoñez.

Ahí entra a saco Rajoy. No se puede formar parte del Gobierno sin haber sido por lo menos concejal. Ya tenemos el fantasma del miedo -por inexperiencia, por ineptitud, por candidez invocada- excitando los peores instintos de los electores. Ellos tienen experiencia, ellos saben, ellos dominan la escena y ellos deben permanecer por los siglos de los siglos amén, que ya tienen a mi tía la monja de clausura rezando para que no gobiernen quienes no creen en Dios, los herederos de quienes quemaban santos e iglesias en la guerra que solo traen el caos y el laicismo irreverente y desbocado.

De Rajoy se podrá decir lo que se quiera. Yo lo digo claramente aun a riesgo de que me fulmine cual Júpiter tonante, cosa que a la vista de la parca, a la que tengo como inseparable compañera de mis duermevelas cancerosas, me importa muy relativamente. Se podrá decir lo que se quiera pero es un tipo listo de cojones. Domina los tiempos y sabe dejar pudrirse los acontecimientos para ganar, viendo solo pasar cadáveres de enemigos.

¿Dicen los comunistas que no va al debate? Él afirma que no tiene tiempo, que no puede estar en todos lados a la vez y manda a su lugarteniente. Fiel discípulo de Maquiavelo, saca ventaja de las críticas y deja claro que él tiene segundos competentes mientras que los demás tienen una única figura capaz de competir en el intrincado mundo electoral, en la jungla navajera de los votos y de hacerlo incompetentemente. Dice eso mientras se va a hablar de fútbol a la cadena episcopal o a jugar al dominó, que eso también cosecha votos entre la plebe.

Tenemos derecha para otros cuatro años. En política, por los pactos que se niegan, nunca jamás quiere decir que no en los próximos diez minutos porque el «Blas Fridei» electoral, las ofertas de los advenedizos, no calan en el personal. La semana que viene más.