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Violencias: los árboles y el bosque

Parece que aumenta entre nosotros la violencia contra las mujeres. Probablemente también el maltrato de niños y de ancianos, pero ahí hay menos denuncias y menos publicidad, pero no hay que darle muchas vueltas para pensar que sí, también los niños y ancianos vulnerables son objeto de particulares modos de violencia.

Yéndonos lejos, parece que aumenta la violencia entre palestinos y judíos, aunque sean los primeros los que más víctimas sufren y los segundos, en particular en su versión militar, los que más la perpetran. No se trata únicamente de viejas o nuevas intifadas sino de agresiones callejeras y casos de acción-reacción que responden a desalojos y desahucios.

Dando un salto oceánico, parece que aumenta la violencia contra los negros en los Estados Unidos, sobre todo a manos de policías más o menos racistas, pero también a manos de «blancos supremacistas» que disparan contra manifestantes negros que piden el fin de tal situación. No está claro que aumenten, sino que siguen estables, los que entran a tiro limpio en iglesias, supermercados y centros educativos y terminan abatidos por las fuerzas del orden (no es así como las definen algunos negros) o suicidándose, que es también una forma particular de violencia.

Finalmente, parece que, en una pequeña parte del Planeta (Oriente Medio, Norte y Centro de África y Europa) aumenta el terrorismo llamado yihadista. París, Beirut, Bagdad, Bamako y Túnez por citar algunos más recientes.

Mi problema, ahora, es lo del aumento en asuntos tan distintos y distantes entre sí. El primer bloque de explicaciones viene de analizar la personalidad de los asesinos. Y, claro, puede suponerse que estas violencias las cometen personas en los que pueden encontrarse rasgos sociópatas o sicópatas. Pero, ¿en todos los casos? No lo creo. También puede darse que se trate de situaciones en los que funciona el mecanismo de «obediencia a la autoridad», asunto muy estudiado por lo menos desde los experimentos de Milgram.

Yendo a las motivaciones de los que cometen los asesinatos de los grupos anteriores, hay una variedad para cada uno de ellos que no es momento de relatar. Para el presente caso, el del terrorismo yihadista, disponemos de una respuesta sencilla: la motivación hay que encontrarla en la religión. La suya, claro, y en su particular lectura de los textos sagrados (no creo que sean exegetas que distingan las suras por su fecha de redacción ya que, según saben, fueron trasmitidas de un tirón sin mediación temporal alguna). Pero pongamos un hecho que, de paso, sirve para ver hasta qué punto caemos en el simplismo: Chechenia, en la Rusia en la que se dice que Putin lo tiene todo bajo control gracias a una férrea dominación sobre los musulmanes. ¿Es un problema religioso o de represión o de independentismo?

Por otro lado, ya disponemos de perfiles de los asesinos en las dos últimas oleadas en París (la de Charlie Hebdo y la del «viernes 13»). Había asesinos devotos (de su particular -y compartida- versión minoritaria del Islam) y los había «marchosos», marginales, amigos del alcohol (sic) y de otras drogas menos legales. No solo conversos a la devoción desde una vida desordenada (como parece sucedió con el fundador del Estado Islámico), sino personas que mantenían su vida desordenada o que de tal podría ser tachada por un musulmán medianamente devoto.

Otra respuesta sencilla de estos aumentos es la imitación. Al fin y al cabo somos animales gregarios que tienden a la uniformidad y a la conformidad (los experimentos que cuentan para esto son los de Asch). Solo hay que ver cómo visten los «alternativos», por ejemplo los de la CUP. En realidad, visten «de» alternativos y siguen sus modas como las pijas que siguen la «última dernier». Se imita, sí. Lo llaman el «efecto imitación». De hecho, un viejo médico de pueblo me comentaba que si había un suicidio en la localidad, podía estar seguro de que habría otro. Pero se puede aplicar a las restantes violencias indicadas.

De todos modos, la cuestión que queda todavía más abierta es la de que ese aumento sea mundial. A escala mundial han aumentado esas violencias, pero también los homicidios. Ahí ya no es tan útil referirse a las características del asesino. Un fenómeno general tiene que ser resultado de factores generales. ¿Efecto de una frustración mundial? Es posible. La crisis, tal vez. Como es sabido, toda frustración genera agresividad y cada cual busca el objeto sobre el que descargarla: mujeres, niños, viejos, grupos inferiorizados, negros, infieles. Suicidio incluido, que también ha estado aumentando.

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