El debate electoral comenzó a realizarse en España allá por el año 93 entre el presidente González y el candidato Aznar. Era una fórmula importada de Estados Unidos, donde la televisión llegada mucho antes a los hogares de las familias había mostrado potentes enfrentamientos políticos comenzando con los de Nixon contra Kennedy en los sesenta hasta Carter contra Reagan en los ochenta.

Vivimos momentos estelares en ese debate a dos, entre González contra Aznar, Zapatero contra Rajoy y Rubalcaba contra Rajoy, siempre bajo la existencia de gobiernos socialistas. Y de cara al 7 de diciembre se plantea un nuevo debate electoral, esta vez a cuatro, porque el escenario político que habrá en el 20D será completamente diferente. Habremos dejado atrás la época del mal llamado bipartidismo, porque siempre han existido y participaron en el Gobierno de España más de dos partidos, no siempre existieron mayorías absolutas, y pasaremos a un escenario de cuatro pues entran en escena dos nuevos partidos políticos, Ciudadanos y Podemos, mal llamados también emergentes, porque han emergido ya, algunos desde hace años.

Y en este nuevo escenario Mariano Rajoy ha declinado asistir al encuentro, aduciendo responsabilidades de Gobierno, las mismas que no le impiden actuar de comentarista en programa deportivo radiofónico. El candidato Rajoy decide enviar a la vicepresidenta para todo Soraya Sáenz de Santamaría, a partir de ahora, «vicecandidata» para todo, para defender los programas, exponer las propuestas de su partido y defender como sea posible la labor de gobierno que es de lo que se trata en este encuentro.

Observamos una legislatura plagada de recortes sociales, donde acabamos prácticamente con los mismos niveles de desempleo que en 2011, pero eso sí, con un menor número de parados sin prestación social. Es lo que desde algún medio se apunta con acierto la «operación Soraya», sacar a la vicepresidenta en todos los medios cuando nos vemos con el agua al cuello. Un elemento más se juzgará en estas elecciones que es la supuesta corrupción de la cúpula del partido gobernante. Ha quedado eclipsado en los medios y también en parte del debate político el caso Bárcenas, todo aquello de «Luis, sé fuerte», «hacemos lo que podemos». El antes tesorero innombrable pasa ahora a ser tesorero invisible, con la complicidad necesaria de algunos medios de comunicación. Señala de forma acertada en este sentido mi colega César Luena, que las listas del PP llevan la B de Bárcenas.

Rajoy, por otro lado, tampoco ha querido practicar una renovación en las listas electorales, resituando a los altos cargos del Gobierno, manteniendo prietas las filas, impasible el ademán, ante un escenario político que anunciamos completamente nuevo. Una salida temporal del plasma, y una apertura en falso ante la opinión pública en época electoral.

Mientras, el candidato socialista Sánchez ha trabajado con denuedo, recorrido kilómetros, renovado su dirección y sus listas, respondido sin descanso ante las preguntas más incómodas que atañen al acierto o no de sus decisiones, una trayectoria ganada a pulso. Todo lo contrario que Rivera y Podemos, el primero subido como la espuma por los sondeos, hagan caso no se crean casi ninguno de ellos, el segundo henchido primero por la misma aritmética demoscópica, desinflado después por los resultados electorales en Andalucía y Cataluña. Y en debate parecen haber querido sustituir el bipartidismo de los partidos tradicionales, por el suyo propio. Queda un escenario completamente abierto, pero cada cual se ha retratado políticamente. El 20D podríamos ver a Soraya de portavoz de la oposición y a Rajoy de vuelta a su plaza de registrado de la propiedad, o no. Lo que sí sabemos es que a Rajoy no le gusta el debate.