En Kioto ya se puso de manifiesto lo lejos que estamos de haber llegado a una soberanía internacional, a un poder global que, desde el punto de vista político, contrapese la fortaleza de las multinacionales. El principal enemigo de tal poder internacional ha sido Estados Unidos, cuyo presidente Wilson fue el autor de la idea de la Liga de Naciones, precursora de las Naciones Unidas, una idea que no pudo vender en su propio país.

En Kioto, como en Río, Estados Unidos se negó a aceptar las conclusiones de los expertos, muchos de ellos norteamericanos, cuyas advertencias sobre la situación del planeta deberían poner en marcha un plan de urgencia para contrarrestar dos o tres peligrosas tendencias de nuestra civilización. La influencia americana es nociva al menos en dos sentidos. El primero es que ese país es la sede de las multinacionales más importantes, las de la energía, por ejemplo, que no están interesadas en aplicar nuevas fuentes de energía hasta agotar las existentes. Tenemos hoy tecnología suficiente para sacar partido a las energías solar y eólica y convertirlas en principales en muchas regiones del mundo. Pero las reservas de petróleo siguen siendo un importante activo de las multinacionales.

El segundo aspecto importante de la influencia americana es el modelo de transporte que se generaliza en el resto del mundo. Frente al transporte público, que favorece el tren en recorridos largos y el metro o el tranvía en cortos y pueden funcionar con otras energías, la industria americana, apoyada en la ideología de la autonomía individual, impone el avión y el automóvil, dependientes del petróleo. El vehículo privado está redefiniendo el urbanismo, los modos de vivir y trabajar, la conexión entre ambos y la estructura familiar. Tener coche propio se ha convertido en la ratificación de nuestra pertenencia a la clase media, a la condición de adulto y ayuda a generalizar los gastos públicos en carreteras, vías urbanas de penetración y ruptura de los viejos cascos urbanos.

La cumbre de Kioto apenas rozó estos temas. Más aún, coincidió con la americanización de Asia. China prevé instalar nuevas fábricas de automóviles y construir miles de kilómetros de nuevas carreteras para contribuir a la americanización de su clase media emergente. Vamos camino de una tragedia ecológica planetaria.