El teatro de ideas del autor noruego nos hace siempre reflexionar con su viaje al fondo más enrevesado del alma humana. Y la prueba es esta obra vista en el coliseo alicantino. Cayetana Guillén Cuervo protagoniza Hedda Gabler (1890), una mujer casada e infeliz que rechaza la mediocridad social, incluso con egoísmo y orgullo. Creador del drama moderno, dentro del campo naturalista, e iniciador del teatro simbólico, Henrik Ibsen critica a la sociedad burguesa de entonces. Los caracteres de otro tiempo no impiden el aire intemporal de esta radiografía, que afianza la versión de Yolanda Pallín y la muy estilizada puesta en escena del director Eduardo Vasco. La ética y el análisis psicológico de los personajes son las armas del dramaturgo. El reparto de esta producción, en la que participa el Centro Dramático Nacional, muestra un buen oficio que permite la firmeza y la flexibilidad adecuadas. Todos los actores sintonizan con sus papeles. Ernesto Arias, Jacobo Dicenta, Charo Amador, José Luis Alcobendas y Verónika Moral intervienen en unas situaciones con diseño sencillo, elegante y eminentemente teatral. El pianista Jorge Bedoya toca la amarga música de Ángel Galán, y Cayetana Guillén Cuervo exhibe los modos de una de esas recias, convincentes y seductoras damas de teatro con su vigorosa y bien proyectada declamación. Hace algunos años vimos una versión de Rodolf Sirera, asumida por la compañía valenciana La Pavana, donde se pudo ver un cuadrilátero (algo que ya se había visto en otros montajes). En la pelea vencen el entorno, la indecisión, los prejuicios, el tedio y la fatalidad, que frenan el progreso, o triunfan la independencia y el inconformismo. En ese combate vemos a una Hedda Gabler que, a pesar de ser de familia aristocrática, es poco convencional. Esa situación femenina recuerda a la Nora de Casa de muñecas, la obra más destacada de Ibsen. Sin embargo, Hedda no quiere o no puede romper el tradicional corsé femenino. Finalmente roto mediante un indeseable acto de liberación. Hay una versión fílmica de 1975.
