No cabe la menor duda -y si no cabe la menor no puede caber la mayor, que diría un castizo- de que gobernar resulta una tarea verdaderamente difícil, compleja, llena de sinsabores e incomprensiones. Gobernar para toda la ciudadanía, procurar su bienestar, lo mejor para ella, ser justo y equitativo, respetuoso con las opiniones ajenas, con otras ideologías, aislar de la práctica de gobierno el sectarismo, hacer un esfuerzo por comprender otros puntos de vista, dejarte asesorar no por los que menos saben pero mejor te adulan, sino por personas sabias capaces de decirte que te has equivocado y debes rectificar, ser tolerante cuando las circunstancias lo requieren y firme cuando no queda otra opción, tener amplitud de miras y abandonar el rencor, tener la suficiente sensibilidad para quienes más lo necesitan, desdeñar la soberbia, la vanidad y la prepotencia, evitar los fastos, huir de la pompa que rodea al poder sin por ello quitar la dignidad que los cargos de representación merecen presentándote en alpargatas, desaliñado, con camiseta sucia, sin duchar hace semanas, ofendiendo las más elementales reglas de educación, a quienes te rodean y al propio cargo; y, por supuesto erradicar la corrupción, ser honrado, honesto y transparente en tu gestión; repito, gobernar así no es tarea fácil, al contrario.

De ahí la expectación creada en determinados sectores de la ciudadanía por algunos partidos y grupos emergentes que, solos o en compañía de otros, gobiernan municipios y autonomías de España. La aritmética política y los pactos entre partidos -legítimo aunque en muchos casos rechinaran determinadas alianzas- han permitido coaliciones atípicas donde el más votado de entre los perdedores acababa de presidente o alcalde, y donde, por expulsar al PP del poder pese a obtener más escaños y votos, el menos votado ocupara esos mismos cargos. Hay ejemplos de todos los colores y gustos en grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza, y en alguna autonomía.

Ya han pasado varios meses desde aquellas elecciones y también han pasado con creces los tradicionales cien días de cortesía que a los políticos y sus partidos se les concede para una primera evaluación. Pues bien, los logros más llamativos, los más mediáticos y espectaculares, casi los únicos, no se refieren precisamente a líneas de actuación, a programas que se dirijan al empleo, la sanidad, la educación y otras materias por las que tanto se reclamaba, no; tan solo unas leves líneas retóricas y, eso sí, mucho llanto y rechinar de dientes por la herencia recibida, como si las herencias no pudieran renunciarse. Ahora no hay dinero para nada y para nadie, de ahí que Cataluña no le pague ni a los farmacéuticos. Las medidas más espectaculares, los acuerdos más mediáticos, las decisiones que parecen absolutamente inaplazables, inmediatas, cuestión de vida o muerte, se refieren a otras cuestiones que paso a relatarles.

Una vez constatado que los políticos emergentes solo fueron al trabajo en metro o en bicicleta el primer día y con los medios de comunicación y fotógrafos de cámara convenientemente avisados, constatado pues que ahora se manejan mucho mejor en coches oficiales rodeados de asistentes, edecanes y asesores, lo que más les preocupa y ocupa es una campaña continua, persistente, innegociable, necesaria y vital contra ciertos símbolos, ciertas costumbres y cierta religión (en singular). Trátese de la bandera española, del busto del Rey, de los himnos, de las procesiones y actos cívicos o de las Navidades y sus belenes, los nuevos políticos reinterpretan la historia cotidiana de nuestras vidas para ponernos en el camino de la verdad. Ni Dios, ni Patria ni Rey, gritaban los anarquistas en los años duros de la Segunda República. Ahora nos llegan los ecos sumando también ni Bandera.

El Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por EH Bildu, Geroa Bai, Aranzadi e IU, democrático, antisectario y tolerante, negaba hace varias semanas una exposición dedicada a la lucha contra el terrorismo que se iba a instalar en el recinto municipal de la Sala de Armas de la Ciudadela con el título «La victoria de la libertad, la Policía Nacional contra el terrorismo». Ni el lema de la muestra podía ser más democrático, ni los argumentos para la negativa de los gobernantes del Ayuntamiento podían ser más elocuentes y menos sectarios: «el recinto no tiene uso expositivo». Pero hete aquí que hace unos días esos mismos gobernantes cedían el uso de una sala del Ayuntamiento para una exposición del «artista» Abel Azcona que con 242 hostias consagradas se escribía la palabra pederastia. No voy a hacer comentarios sobre respeto, tolerancia, sectarismo, rencor, hostigamiento y ataques sólo a una religión, la católica, solo a ella. Dejo que sean ustedes dos quienes saquen conclusiones.

Lo dicho, las cuestiones más importantes para los ciudadanos son camuflar al máximo la Navidad y su simbolismo sustituyéndola, como dice Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, por el «solsticio de invierno», qué moderna y qué progre se puede llegar a ser con un poco de esfuerzo; retirar, esconder y desterrar los belenes municipales aunque sean auténticas obras de arte y transmisores de cultura; huir de cualquier manifestación ciudadano-religiosa (la católica nada más); disimular la bandera de España siempre que se pueda con cualquier vaga excusa y, para hacer todo ello más visible, apagar las ciudades en Navidad. Como hace Londres.