Reconozco que soy un antiguo. Determinadas cosas que hago, o dejo de hacer, me convierten en un ser chapado a la antigua. Como decía Fernando Savater, hemos sido educados para dejar pasar a las mujeres por delante cuando abrimos la puerta y eso sorprende a las nuevas generaciones. Pienso que es educado, y antiguo, dejar tu asiento a las personas mayores, que cada vez son más, o a las mujeres.

Tratar de usted también me convierte en un antiguo. Si no conozco a la persona, y le adjudico más edad que la mía, me obligo a llamarle de usted. Que es una fórmula muy antigua, pero muy saludable. Recuerdo perfectamente como mis padres llamaban de usted a sus propios padres. Yo nunca lo he hecho, pero aquello me marcó. El usted, tan poco usado, es una muestra de respeto que los nuevos zagales debieran entender. Tutear a una persona mayor no es malo, pero es mejor dirigirse a ella con la fórmula del «usted». Lo ven, soy un pedazo de antiguo.

Tampoco entiendo a todos esos comerciales que te atienden en una tienda, o en un restaurante, y te reciben con un «tú que quieres beber». Porque no es que me siente mal, es que yo no lo haría. Las formas son parte de la buena educación. No son suficientes, pero ayudan, como ayuda ser respetuoso en la mesa. Si alguno quiere vender más, que empiece por el usted, que algunos antiguos quedamos.

Soy tan antiguo que no quiero wasap. Eso es entre antiguo y frikie, que también lo soy. Porque la invasión de este artilugio informático me acobarda. No quiero saber con quién come la gente, a qué país está viajando o cuáles son sus nuevos amores. Me interesa bien poco la vida de los demás, y soy muy celoso de la mía, a la que espero, no le interese a nadie. Estoy harto de que la gente esté pegada a su móvil mientras las hojas caen en el otoño y la luna está más bonita que nunca. Que la gente se conecte al aparato y se desconecte de la vida es un ejercicio de despersonalización nuevo, y yo soy antiguo.

Necesito cada vez más volver a sentarme a una mesa y departir durante horas, que eso no es perder el tiempo, sino ganarlo. Necesito parar el coche frente al mar y dejar que pasen las horas. O sentarme en un banco a ver caminar a la gente. Y pensar, y pensar. El silencio es parte de la antigüedad que tengo encima de mi cocorota. Porque hemos dejado de meditar por miedo a que ese silencio te albergue la esperanza. Hay una hiperactividad en la conexión al mundo cibernético que te hace más conectado con miles de personas pero desconectado contigo mismo.

Son un antiguo sin redes sociales, ni plataformas varias. No quiero retransmitir mi vida, ni saber la de los demás. Una red de «amiguetes» que se supone te hace «moderno» cuando lo que realmente te convierte es en un adicto de la nada. Hablar con la gente es lo más saludable que hay. Escuchar su voz, su timbre, su llanto o sonrisa, que no puede ser sustituido por una carita, ni un ramplón wasap.

Saben, yo creo que los antiguos estamos perdiendo esta batalla de la comunicación. De la comunicación que hace más incomunicables a los humanos. Incluso tiene que ver con las formas de aproximarnos a nuestros semejantes. Será antiguo decir «buenos días» al entrar a un sitio, o educación. Pero es que esa manera de discurrir por la sociedad no puede estar supeditada a cambios en la comunicación digital.

Soy un antiguo porque creo que no se puede ir con camiseta a un pleno cuando eres concejal. Aquí creo que soy un super antiguo. Creo que la forma de vestir dice mucho del respeto por la convivencia. Ya, soy antiguo. Pero no entiendo a un profesor dando clase en bermudas, que quieren que les diga. Nos estamos acostumbrando, con demasiada facilidad, a pensar que «fuera las corbatas» es un signo de modernidad. Pues yo, como buen antiguo, me enfundo las corbatas, aunque sea como signo de antigüedad contra la nueva ola de papanatismo estético. No voy a cambiar. Es más, creo que voy a peor. Antiguo, o más que antiguo, soy.