De nuevo, 193 Estados del mundo han suscrito en las Naciones Unidas unos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para acabar con la pobreza en el mundo en el año 2030; nada nuevo, porque algo parecido ya habían suscrito en septiembre del año 2000 con los fallidos Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Una vez más, todos los gobiernos del mundo han acordado dar el 0,7% para el año 2030 en Ayuda Oficial al Desarrollo a los países empobrecidos; nada distinto de lo que ya firmaron en el año 2000 que debían de haber alcanzado en 2015 y que desde que fue acordado por la ONU en el año 1972 vienen repitiendo periódicamente.

En materia de acuerdos internacionales para el desarrollo, la comunidad internacional y las Naciones Unidas arrastran una larga historia de incumplimientos deliberados que repiten una y otra vez el mismo ritual: las mismas promesas vacías, renovadas palabras huecas, alegrías, parabienes y felicitaciones que sonrojan a cualquiera que conozca en detalle la naturaleza de lo que se anuncia a los cuatro vientos en comparación con las políticas que cada día llevan a cabo quienes han firmado los solemnes acuerdos de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible.

Sin embargo, en esta ocasión, estos Objetivos se aprueban coincidiendo con uno de los dramas humanitarios y políticos más grandes que se viven en Europa y Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial a raíz de la crisis de los refugiados sirios, dejando patente la dejadez y el abandono deliberado de los países occidentales en atender sus obligaciones más elementales hacia la vida de cientos de miles de personas. Creo que es un buen termómetro de la verdadera validez de unos acuerdos para el año 2030, cuando en este desgraciado 2015 van a dar por finiquitado los anteriores Objetivos de Desarrollo del Milenio sin realizar una evaluación sobre las razones y responsabilidades de su incumplimiento y cuando a las puertas de Europa y en los propios países centroeuropeos, a cientos de miles de refugiados, mujeres, niños, ancianos y heridos se les niega hasta la atención más elemental a la que tienen derecho como recogen la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1967. ¿Para qué presentar ampulosos acuerdos repletos de palabrería hueca si a las puertas de nuestras casas podemos hacer cosas tan simples como impedir que se ahoguen quienes huyen del horror de una guerra y sin embargo no lo evitamos?

A diferencia de los Objetivos del Milenio que contaban con 8 objetivos, 18 metas y 48 indicadores, los Objetivos de Desarrollo Sostenible cuentan con 17 objetivos y 169 metas, dejándose los indicadores para marzo de 2016, cuando serán finalmente aprobados. No se comprende bien que tantos se hayan lanzado a felicitar y apoyar estos acuerdos mundiales cuando no los han estudiado con detalle y ni siquiera conocen los indicadores en los que se basan, algo esencial para calibrar su validez.

Estos ODS ponen un mayor hincapié en elementos más ambiguos que serán de aplicación tanto para los países empobrecidos como para los países desarrollados, siendo así una Agenda universal. En esta ocasión, se diluyen algunos de los problemas más graves y precisos en materia de lucha contra la pobreza, siendo sustituidos por otros conceptos formulados de manera imprecisa y ambigua, como la desigualdad, la sostenibilidad, el crecimiento económico, la promoción de sociedades pacíficas o de los derechos. No es que sean elementos menores, ni mucho menos, sino que su formulación genérica facilita múltiples interpretaciones.

Precisamente por ello no hay compromisos vinculantes ni son de obligado cumplimiento, sin que se hayan articulado sanciones para aquellos países signatarios de la Agenda 2030 ni tampoco mecanismos de imposición y control sobre su respeto. Todos los ODS son simplemente voluntarios, cada país los llevará a cabo si los estima conveniente y tenemos sobradas razones para saber cuales son las conveniencias de buena parte de los Estados firmantes de estos y otros muchos acuerdos.

Ahora bien, en línea con lo que se ha señalado desde algunos centros de investigación, cuatro son los puntos relevantes de debilidad sobre este nuevo acuerdo que le restan valor y capacidad de transformación en los avances sobre el desarrollo mundial. En primer lugar, la negativa a establecer limitaciones contra los flujos financieros ilícitos, la eliminación de los paraísos fiscales y una actuación firme contra la evasión fiscal que tanto daño hacen a los Estados y en particular a los países en desarrollo. En segundo, vincular aspectos incompatibles como la promoción de la paz mundial con países que lideran la venta de armas en el mundo. En tercer lugar, la imposibilidad de eliminar la pobreza en el mundo desde los desequilibrios causados por un sistema económico, político e institucional basado en alimentar situaciones de pobreza y acumulación tan formidables. Y por último, erosionar las políticas de cooperación mundial y los compromisos en materia de lucha contra la pobreza que son sustituidos por la fe absoluta en unos mercados y un sistema económico sin mecanismos correctivos, de control o de supervisión. Ojalá llegue algún día en que tanta promesa hueca se haga realidad.

@carlosgomezgil