Me parece que en España el criminal atentado terrorista de París y sus secuelas de amenazantes tambores de guerra, unido al enfrentamiento identitario con Cataluña simbolizado por el frenético ondear de banderas diferenciadas a un lado y otro del Ebro, han creado un clima poco propicio para una reflexión sosegada, tan necesaria en estos momentos para que no se nos arrastre a un escenario exacerbado y maniqueo de buenos y malos absolutos en que, a menos de un mes de las elecciones generales, la cordura y la racionalidad sucumban ante el miedo y el odio que, como se sabe, son ingredientes que siempre favorecen las concepciones más xenófobas y conservadoras. Por cierto, sobre Al Qaeda o ISIS -y sin tratar de entrar en un análisis que no es objeto de este trabajo-, me permito recomendar la lectura de la amplia información solvente que está publicándose y que revela -¡oh, sorpresa!- el papel poco edificante que jugaron servicios secretos y países amigos en la creación y actualmente en el desarrollo de lo que finalmente ha resultado un monstruoso Frankestein que ha acabado amenazándonos a todos. Y en cuanto al tema catalán, ¿alguien duda de que la pasión extremada, probablemente azuzada, está contribuyendo poderosamente a ocultar la profunda corrupción que afecta tanto al PP como a CiU, y a que no se trate con la atención debida la situación social, política y moral que vive el país?

Porque me parece que ésta es la realidad que en estos momentos debería priorizar nuestra atención, ya que analizarla pondría en evidencia las falacias de Rajoy argumentando que estamos saliendo de la crisis. Y es que no puede sostenerse eso con un 22,2% de población sumida en la pobreza o en su umbral, un desempleo cercano al 23% y alcanzando el juvenil un 51%, con contratos de trabajo de un mes o un solo día y que computan a la persona como empleada o cuando se constata el aumento de la pobreza energética y de la malnutrición infantil en barrios populares, etcétera. Y ello dentro de un impulso político y un marco legislativo que tiende a eliminar derechos laborales con la consiguiente precarización y debilitamiento del mundo del trabajo, y en armonía con una ideología y práctica neoliberal que fatalmente ocasiona un insoportable aumento de la exclusión y la desigualdad social. Y que, sin duda, augura que la crisis no va a ser pasajera y va a convertirse en estructural si no le ponemos un enérgico remedio político. También pienso que fue la amplia percepción de esta realidad y el deseo de revertirla lo que permitió -ecos de la eclosión del 15M- constituir plataformas plurales en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, y cómo su éxito alentó la esperanza de que para estas elecciones generales sería posible, y más que deseable por razones obvias de eficacia, ampliar el marco confluyente a la totalidad del Estado. Pero, por desgracia, no ha sido así, y por eso estimo que tendría que abrirse un debate sobre las causas que han impedido el acuerdo que se visualizaba posible entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón, en tanto que representantes de Podemos e IU como fuerzas imprescindibles. Y esto con la intención de que se contribuya a que el voto que el 20 de diciembre ejerzamos sea fruto del conocimiento real y no de la frivolidad o el gregarismo. Por mi parte, incurriría en hipocresía si no advirtiese que la actitud de Podemos en la cuestión unitaria me ha producido decepción y enojo, pues de ellos esperaba más generosidad, altura de miras y responsabilidad política. Pero como siempre estoy abierto a matizar o modificar criterios si se me convence, me gustaría conocer la opinión de ellos sobre los aspectos que señalo:

Surgieron prometiendo que trabajarían por la unidad y lo que hemos visto es que han tratado de dificultar o impedir la presencia de otras organizaciones al proclamar que la unidad tendría que hacerse prácticamente en torno a ellos. Poseían unas líneas rojas que, decían, les imposibilitaban concurrir con otros en lo que despectivamente llamaban «sopa de siglas», y sin embargo, con absoluta incoherencia, en lugares donde se sentían débiles, Galicia, Cataluña, País Valenciá, han vulnerado la norma y sí lo harán. ¿Son, pues, conscientes del daño que han causado al impulso unitario en el conjunto del Estado y del perjuicio en votos que la izquierda va a sufrir por la forzada dispersión del voto? ¿Creen que el cúmulo de vaivenes, incoherencias y contradicciones en que han incurrido les legitimará para pretender hegemonizar el necesario proceso de resistencia social y política tras el 20 de diciembre? Porque el futuro apunta a que va ser duro y la unidad real tendrá que crearse sí o sí.