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Francisco Esquivel

La historia

Con motivo del 40 aniversario del 20N habrán tenido oportunidad de enfrentarse a numerosos testimonios sobre «qué hacía yo cuando Franco murió» y «así me enteré de su muerte». Me he contenido, pero ya no puedo. Tengo que sacarme de dentro lo ocurrido. Y soltarlo aquí me sale más a cuenta que buscarme un coaching.

Entré al periódico el año anterior y debuté con la crítica de Castañuela 70. Para mí todo aquello era un sueño y hasta hubiera dado dinero. Menos mal que no lo sugerí al gerente, porque habría aceptado. Tuve la suerte de caer en una cabecera peleona y eso, quieras que no, marca. A los pocos meses y días después de celebrarse el congreso socialista de Suresnes, el subdirector entrevistó a Isidoro, secretario general del aún ilegal pesoe y, tras ser el primer diario en hacerlo en territorio patrio, el subdirector acabó en la trena y, Felipe, siguió suelto. Se ve que la Transición había empezado a amasarse.

La primavera siguiente quien acabó entre rejas fue el dire por dar pábulo a que los diez mil marines norteamericanos desembarcados en una de sus bases tenían como objetivo Portugal tras el 25 de abril. A partir de ahí fue trepidante. El día de Puig Antich, la poli irrumpió a caballo por el campus y el mobiliario fue lanzado desde el primer piso por la plebe; el errecinco se elevó sobre el asfalto tras explotarle la bomba encima a un comando del Grapo a quinientos metros... En fin, no había quien parara. En las guardias nocturnas de aquel octubre/noviembre, tampoco. Durante las interminables esperas, el ritmo de ingestión de güisqui por parte de los curtidos en la materia fue de aúpa. Con 40 de fiebre, falté y ese día resultó ser 20N. Así que por la mañana se acercó mi madre con un vaso de leche caliente a la cama y me dio la noticia: «Hijo, ha muerto Franco». Tiene delito la historia. Y la mía, no digamos.

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