Parece increíble que estemos viviendo unos tiempos tan convulsos y complicados, creados artificiosamente de manera irresponsable por nuestros representantes políticos y algunos desaprensivos empresarios y banqueros, precisamente en el espacio temporal, que pese a la crisis impresionante creada también por ellos y jaleada por todos (no somos tan inocentes como pretenden algunos) que estamos sufriendo, y que todavía nos queda por sufrir bastante más; pero que ha resultado ser el mejor y más duradero periodo de bonanza en toda la historia de España.

Lo que está sucediendo en Cataluña, a cualquiera que se le diga y tenga dos dedos de frente, o se explique cómo se explique, le parecerá una auténtica locura. No puede servir en modo alguno como justificación de dicha locura, aunque sea plenamente reprobable, el centralismo institucional, económico y empresarial que ejerce Madrid con algunas periferias como la nuestra, cargado de fuertes dosis de un cierto despotismo ilustrado algo chulesco a la hora de repartir las prebendas, a las que tienen un legítimo derecho todos los ciudadanos de España por igual, se encuentren en la Vega Baja, en el Ampurdán o en el barrio de Chamberí.

Y no puede servirle a Cataluña como excusa de sus locuras el centralismo madrileño, porque si así fuera, nuestra Comunidad tendría que estar en plena guerra. Hablando solamente de lo que conocemos de primera mano y a escala menor: ¿cuántos proyectos y trabajos relacionados con las obras públicas ha delegado el Ministerio de Fomento en las empresas de la Comunidad, olvidándose de las empresas de Madrid? Que nosotros sepamos, ninguno.

Y lo mismo que está sucediendo a nivel nacional entre nuestra Comunidad Valenciana y el centralismo de Madrid, exactamente igual, pero mucho más acentuado, está sucediendo entre Alicante y el centralismo de Valencia. Y lamentamos tener que constatar mirando los presupuestos de la Generalitat, que las perspectivas iniciales que nos ofrecía el tripartito valenciano de que la situación descrita iba a cambiar, se han diluido en menos tiempo que tarda en diluirse un azucarillo en un vaso de agua.

De nuevo el gobierno de la Generalitat se centra en Valencia y olvida la periferia de la Comunidad, como ha venido haciendo siempre desde que las comunidades se crearon, y que ahora se empiezan a cuestionar por causas como las que estamos mencionando. Cómo estará la cosa, para que por primera vez un alcalde de Alicante, don Gabriel Echávarri, se atreva a decirle al presidente de la Generalitat en su propia cara siendo del mismo partido, que el Ayuntamiento de Valencia recibe de su gobierno por transferencias corrientes 6,7 veces más que el Ayuntamiento de Alicante, cuando por habitantes solo le correspondería el doble.

Y si hablamos de habitantes provinciales, con el mismo argumento que emplea nuestro presidente Ximo Puig con Madrid, podríamos argumentarle que la diferencia en inversiones y financiación no debería ser mayor que 1,5 veces entre la provincia de Alicante y la provincia de Valencia, y no lo que se está dando año tras año.

No sé cómo no se les cae la cara de vergüenza con semejantes desequilibrios en el trato a los ciudadanos alicantinos, venir a pedirnos el voto los gobiernos de Valencia, sean estos del signo que sean.

Y frente a estos agravios manifiestos, un empresariado alicantino de regate corto y acostumbrado a mendigar en Valencia «y de lo mío qué», ha dejado enquistar esta situación a lo largo de los tiempos, con tal de no incomodar al poder y sufrir represalias en sus adjudicaciones.

Hasta qué punto se ha llegado con esta situación para citando una vez más al alcalde de Alicante, haya tenido que hacer de tripas corazón y exigir a los empresarios alicantinos que no doblen la rodilla ante Valencia y exijan lo que nos corresponde por simple dignidad.

Y el asunto ya no admite retrasos, ni bromas de tipo alguno, ni puede despacharse displicentemente de Valencia con la consabida frase exculpatoria: Ya están los alicantinos una vez más con la cantinela de siempre; mientras nos siguen dejando en la cuneta. Con el apoyo de nuestros políticos locales y con toda la seriedad y prudencia que sea menester, pero con todas las energías y firmezas a nuestro alcance debemos exigir nuestros derechos, o Alicante acabará siendo, si no lo es ya, una provincia de tercera en todos los aspectos, cuando en realidad le corresponde ser la cuarta provincia de España por lo que aporta al producto interior bruto (PIB) de España.