Como persona estoy en contra de cualquier tipo de violencia, ya sea física, verbal o psicológica. Sobre todo, estoy en contra de la violencia de género. Es decir, de aquella en que el hombre aprovecha su fortaleza para pegar a la mujer o bien la trata como un auténtico muñeco de trapo en lo que constituye una flagrante violación de los derechos humanos y del derecho de cada ser humano.

Por ello, no me gustaría perderme en estas líneas en frases o lugares comunes, en los que tampoco creo. La violencia de género es un problema de nuestra sociedad actual y debemos erradicarlo despojándonos de prejuicios y posiciones encorsetadas por la ideología de cada uno. O vamos todo a una o el problema lo tenemos nosotros.

Miro las estadísticas -frías pero elocuentes- y reparo en que ha subido el número de denuncias. Las cifras tienen una doble lectura: por una parte la más que preocupante realidad que vivimos, ya que no es propio del siglo XXI que algunos hombres sigan exhibiendo superioridad sobre las mujeres y las traten como una propiedad sobre la que tienen todo tipo de poder. Por otra, que las víctimas han perdido el miedo a denunciar y eso ya supone un avance dentro del drama.

Y lo es como respuesta a un problema y a que hubo un tiempo en que la mujer sufría en silencio el desprecio de su pareja. El de esos locos que decían amarlas pero que las trataban como guiñapos. Ahora no es así. Ahora se denuncia. Y es necesario que se haga todavía más. Hasta que no quede un solo maltratador impune. Hasta un 70% de las mujeres sufre este tipo de violencia al menos una vez en su vida. Espeluznante.

Reparo también en la incorporación a los currículos transversales de la lucha contra la violencia de género. Y creo que es ahí donde debemos insistir, tanto en la escuela como en los hogares porque sólo educando a nuestros jóvenes en igualdad y transmitiéndoles valores positivos tendremos una sociedad en igualdad.

Pero, es más, creo que quienes desarrollamos responsabilidades políticas no debemos perdernos en debates estériles. En lo que yo he hecho y tú quieres cambiar. Me abomina pensar en la sola posibilidad de sacar rédito electoral o partidista de un tema que se cobra vidas, que deja a hijas e hijos sin madres.

Creo que debemos ser colaboradores proactivos de las víctimas y perseguidores incansables de quienes se creen dueños de la vida de sus parejas.

Es 25 de noviembre. Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Y me gustaría que esta fecha no constituyera sólo un espacio temporal aislado de reflexión, sino el punto de partida de una actitud clara, valiente y decidida, en la que apelásemos al valor de las víctimas y de la propia sociedad para, en este caso sí, señalar con el dedo a los agresores.

Pero, sobre todo, una jornada en la que tomemos nuevos impulsos y fuerzas para trasladar a los pequeños y los jóvenes un no a la violencia rotundo, alto y claro. Especialmente, no a la violencia de género.