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Roturas

Para cualquier persona es violento, desagradable y triste verse metido en una discusión fuerte, en un silencio tenso, o en un desencuentro notorio. Para un niño pequeño es mucho más penoso. Sobre todo si hablamos de un niño que está en medio de una pelea entre sus propios padres, que son su sostén, su seguridad y su guía. Los pequeños se asustan cuando los oyen hablarse con la voz alterada y sienten todo el peso de su fragilidad cuando ven temblar los dos pilares básicos de su mundo afectivo. Quieren contentar y alegrar a las dos partes, y a ratos también molestarlos y manifestarles su incomodidad y sus quejas.

Los niños lo cuentan así:

-Mis papás están enfadados y se discuten.

-Mis padres ya no son nada amigos.

-Como me porté mal un día, mis papás se chillan mucho.

-Cuando mis padres se pelean, yo quiero irme y no oírlos.

-Mi papá se quiere ir a otra casa, pero yo no quiero que se vaya.

-Mi mamá no come, el papá se ha ido y ella está muy triste.

-Yo no quiero desear nada, porque lo que deseo no puede ser. Quiero que mis padres vuelvan a vivir juntos y ellos me han dicho que no, que ya no se quieren.

-Antes lloraba todas las noches porque mi papá no estaba, pero ahora ya no lloro.

Como sabemos, cada día hay más separaciones, y en estas situaciones de cambio y de rotura, los niños ocupan un lugar delicado. Por un lado surge una gran preocupación y deseo de protección en los padres, pero por otro la sensación de pérdida y de dolor hace que la pareja que se deshace se dedique más bien a llorar o a pelear. Y, aunque es entendible, el resultado es que se suele atender a los niños más en el sentido de distraerlos que en el de contener sus miedos, estar a su lado, poner palabras a la nueva situación o buscar vías de resolución lo más tranquilas y estables que se pueda.

Los mensajes que han recibido los niños del mundo adulto les dicen que acepten y que comprendan a los demás, pero sus figuras de referencia, en esos momentos al menos, no aceptan ni comprenden. También se les dice que es mejor expresar lo que se siente, pero algunos de los comentarios que oyen están tan cargados de rabia, que pueden hacerles pensar que quizás no sea verdad eso de que está bien mostrar los sentimientos. Les decimos que el saber es bueno, pero como su saber vital es para ellos fuente de pena y desconcierto, huyen del silencio, de la concentración, del pensar o del estar solos, tratando de evitar todo lo que suponga mirar cara a cara el desencuentro que están presenciando. Por eso a veces les cuesta estudiar, retener las lecciones o mantener intereses escolares.

Hay casos en que el silencio envuelve excesivamente el hecho de una separación. Y convendría poner palabras reparadoras al sufrimiento del niño, unas explicaciones cortas y sencillas que no le hicieran sentirse en la incertidumbre. Hay casos en que algunos de los progenitores, o los dos, toman al niño como interlocutor de su amargura y le cuentan con toda clase de detalles sus interpretaciones de la situación, buscando una complicidad que angustia al niño. Y, a veces, incluso, el niño queda atrapado en un circuito en el que él mismo es el transmisor de las discusiones.

Las reacciones a estas situaciones, lógicamente, serán distintas en cada niño en forma y en grado. Se pueden sentir culpables, tristes, asustados, desorientados, soñolientos, nerviosos, callados... Pueden tener pesadillas o pena, manifestarse opositores, quejosos o agresivos, pueden estar preocupados por el padre y por la madre, sentir añoranza de los momentos placenteros vividos, no querer ir a la escuela, comer mal, tener regresiones e, incluso, aparentar no tener nada. Y habría que darles tiempo, no pedirles una adaptación instantánea y preservarlos de lo que no les corresponde, por muy abrumados que estén los adultos con estas problemáticas tan pesadas de llevar.

Sería mejor no hablar delante de ellos de aspectos tensionantes, no criticar al otro progenitor, no hacerlos servir de vía de comunicación «con el otro lado», no hacer como si nada pasara, no dar paso a sus intentos de manipulación, no compensarlos con regalos o permisividad...

Sería mejor darles alguna explicación, mantener sus espacios, juguetes y normas, acompañar su sufrimiento y aguantar sus preguntas o desplantes con toda la paciencia que se pueda reunir.

Pero, sobre todo, repetirles que siempre tendrán quién les cuide y les quiera, que no tienen culpa de nada y que la situación triste se irá pasando poco a poco, por increíble que parezca.

Como así es, afortunadamente.

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