Todos sabemos que el llamado problema catalán se arrastra desde tiempos inmemoriales. Traigo, simplemente un fragmento del conocido discurso de Ortega y Gasset en las Cortes españolas en 1932, a propósito del Estatut de Cataluña: «Pero ahora, señores, es ineludible que precisemos un poco. Afirmar que hay en Cataluña una tendencia sentimental a vivir aparte, ¿qué quiere decir, traducido prácticamente al orden concretísimo de la política? (...) Porque esto es lo lamentable de los nacionalismos; ellos son un sentimiento, pero siempre hay alguien que se encarga de traducir ese sentimiento en concretísimas fórmulas políticas: las que a ellos, a un grupo exaltado, les parecen mejores. Los demás coinciden con ellos, por lo menos parcialmente, en el sentimiento, pero no coinciden en las fórmulas políticas; lo que pasa es que no se atreven a decirlo, que no osan manifestar su discrepancia, porque no hay nada más fácil, faltando, claro está a la veracidad, que esos exacerbados les tachen entonces de anticatalanes». No cabe duda que una buena parte de la piel de toro está cabreada con los catalanes. Cosa que me parece injusta. Si hay un pueblo que se merece nuestra admiración y respeto, y mucho más en estas circunstancias, es el pueblo catalán. Su laboriosidad y rigor son merecidos y conocidos.

En estos momentos nos encontramos sobre todo con la ausencia de una de las cualidades que le definen, el seny. La situación actual pone en evidencia personalismos, mesianismos, impacientes, gregarismos inconscientes, pero ante todo déficit de seny. Es verdad que la ley electoral le ha concedido una mayoría parlamentaria a Junts pel Sí y la CUP. Y que lógicamente están legitimados políticamente para tomar decisiones políticas a todos los niveles, en el ámbito del Estado de Derecho. Nadie pone en duda la legitimidad del próximo gobierno de Cataluña. Por eso hay un doble problema, en el que el Gobierno del Estado, legítimamente insiste: la ley. Pero el otro es más delicado políticamente y se resume así: ¿cómo se embarcan en una aventura tan radical, cuando la mitad o más de pasaje del barco está en contra o no les gusta el viaje, y además desconfían del capitán y de una buena parte de la tripulación? ¡Hombre, al menos una mayoría cualificada, que se trata de una decisión muy importante!

No tomo el dato electoral como referéndum, sino como evidencia de esa situación tan disputada. La impaciencia es mala consejera. Probablemente la ilusión de algunos significa un espejismo. La solución en Cataluña, para los que han alentado este fuego tampoco es fácil, pero a ellos les corresponde buscarla. Por eso, echo de menos el seny. La falta de diálogo y de soluciones consensuadas es clamorosa. La continuidad de esta provocación no puede traer nada bueno a nadie. Tengo miedo que la violencia se convierta en rédito electoral para los muchos cuatreros que pululan en los lares de la política española. Europa nos mira de reojo.