La trayectoria de la ciudad de Alicante va caminando pareja a la del Hércules. De más a menos, con dirigentes profanos en la gestión a realizar y centrados más en intereses particulares que públicos junto a protagonistas donde las apariencias caminan tan alejadas de la realidad como las necesidades que el pueblo exige de las actuaciones superficiales.

José Antonio Camacho decía en televisión, cuando el partido amistoso entre España e Inglaterra, que no comprendía cómo con un estadio como ese en una ciudad tan grande, su equipo estaba en Segunda B.

Las apariencias engañan. El campo, césped incluido, se maquilló para la ocasión y nadie denunció el estado de la tribuna del Mundial donde se vendieron entradas numeradas cuando los asientos carecían de numeración, borrados por el tiempo y el abandono lo mismo que las gradas, cubiertas de un polvo de meses sin limpiar.

La realidad es un Alicante que no sabe mantener ni conservar, despersonalizado, carente de liderazgo ante una provincia señera que camina entre el tercer y cuarto puesto de España en número de habitantes y PIB, gracias al impulso de sus emprendedores.

Ya hace medio siglo que el carismático y entrañable Pedro Zaragoza dijo aquello de que había que provincializar Alicante y alicantinizar la provincia cuando accedió a la presidencia de la Diputación.

Somos consecuencia de la división de España en provincias, anhelo liberal y progresista de las Cortes de Cádiz que no se hizo realidad hasta 1833 con la reforma administrativa de Javier de Burgos. A pesar de las diferencias notables que uno encuentra entre un municipio de la Marina Alta y otro de la Vega Baja, esa distribución tenía cierto sentido histórico ya que todos los territorios pertenecían al reino de Valencia -Orihuela y su comarca desde 1305- a excepción de Villena y Sax, de ascendencia castellana.

Pero he aquí que una vez más en la historia, con dócil resignación y sin réplica de sus dirigentes, a la provincia de Alicante, con 203 entidades de población y demasiado importante para otros, se le arrebatan en 1836 todos los municipios de la Safor y la Vall d´Albaida. Decenas de poblaciones como Gandía, Oliva, Onteniente o Bocairente, que eran alicantinas, se integraron en la provincia de Valencia. En desigual compensación, se nos dieron las precitadas Villena y Sax, adscritas a Albacete y Murcia respectivamente.

Ahora que se acerca la Navidad, cabe recordar que a España y el mundo aportamos para estas fiestas los turrones de Jijona, las peladillas de Alcoy, los juguetes y muñecas de la Foia de Castalla, con mención especial para Ibi y Onil, la uva embolsada del Vinalopó para la Nochevieja y el exquisito fondillón, considerado vino de lujo por la Unión Europea.

Antaño venía al puerto lucentino el personaje de San Nicolás, es decir Santa Claus y no el remedo ese extranjerizante de Papá Noel, a recoger juguetes para los niños holandeses, de ahí que nombrar Alicante en los Países Bajos como también en Cuba, por el turrón jijonenco que se fabricaba en la isla, trae a aquellos países recuerdos nuestros de su Navidad.

Uno observa atónito lo sucedido con el expolio de la CAM, la rémora de la Ciudad de la Luz, el vergonzoso caso Brugal, la crisis aguda de Coepa e IFA y no piensa más que son consecuencia de gestión, sí gestión a menudo pésima, mayoritariamente en manos donde, cuando no la incompetencia, la ignorancia y el enchufismo, ha primado la lucha de intereses particulares contrapuestos.

Imputados hay que se pasean tan tranquilos por la calle mientras los buenos profesionales huyen de empresas públicas y partidos políticos, a menudo blindados para no poner en peligro su poder en esos pequeños reinos de taifas.

Qué políticos ha dado esta tierra en las últimas décadas con auténtica proyección nacional. Qué diputados alicantinos han defendido nuestros intereses y se les ha visto en la tribuna del Congreso participando de los debates, denunciando allí las injusticias que con tanta vehemencia sí lo hacen aquí.

Si me pongo a pensar en cabezas de cartel de cualquier partido años atrás, sólo me viene a la memoria el que fuera inamovible Federico Trillo que acudía a esta tierra cuando había elecciones y sanseacabó. De los otros, cada vez uno distinto, y sin ningún recuerdo especial.

Necesitamos borrar escándalos, amaños, mediocridades y falta de imaginación lo mismo que gestos, chorradas, simplezas y contradicciones para ejercer funciones de liderazgo capitalino de una provincia que no puede acudir sólo a arreglar papeles o de compras.