El otro viernes se nos partió en dos a todos el alma y el corazón. Los terribles atentados terroristas de los yihadistas en París nos paralizaron, mientras la selección francesa de fútbol, ausente e ignorante de estos execrables asesinatos, seguía jugando su partido. La escena que vimos posteriormente en la sala Bataclan fue estremecedora. Personas que fueron a buscar la diversión de un viernes, se toparon, de bruces, con la muerte sinsentido de unos asesinos anclados en la Edad Media y que matan por su dios.

Aún no había dejado de oler a pólvora el aire de la Unión Europea y las aguas del Mediterráneo a causa de las últimas maniobras de la OTAN, las mayores llevadas a cabo después de la Segunda Guerra Mundial, con sus bombardeos sobre Siria, cuando París vivía una noche de terror y muerte. Todo Occidente se sobrecogió y llenó de hipocresía su mala conciencia. Todo fueron apoyos a la bella ciudad de la luz, el mío también, pero los atentados de París, Ankara, Beirut€ tienen el mismo perfil: la guerra discrecional, psicológica, indefinida, dentro de un conflicto global entre grandes poderes, grandes corporaciones financiero-económicas que arrastran detrás a diferentes facciones de los Estados más poderosos del planeta en una cruenta batalla que tiene un frente externo global y otro interno, en una recomposición del poder de las élites y acopio de posiciones de fuerza de cara al nuevo capitalismo salvaje que viene o mejor ya en curso. Dichas élites se sirven de nuestros cuerpos destrozados para saldar sus cuentas a través de las matanzas de miles y miles de seres humanos en todo el mundo. Este tipo de tácticas bélicas tienen como objetivo crear las condiciones para una intervención a gran escala o debilitar las facciones de clase contrarias, ya sea económica, política, militar o incluso emocionalmente. Lloremos por todos, no solo por París.

Definitivamente, estamos en guerra y definitivamente, debemos parar esta barbarie. Habría que hacerse muchas preguntas al respecto. Sabemos con suficiente certeza quién financia al Estado Islámico (los principales países del golfo arábigo, especialmente la dictadura saudí amiga de Europa), quién le apoya técnica y logísticamente (Israel), quién lo crea (EE UU a partir sobre todo de restos del ejército iraquí) y quién lo articula operativamente. ¿A qué supermercado va a vender el petróleo y el gas que roba en Siria e Irak, con el permiso de los ejércitos de los países nombrados y algunos otros europeos?, ¿bajo qué bandera se transportan esas materias primas? Demasiados interrogantes que nuestros políticos profesionales, académicos orgánicos y medios de difusión de masas se empeñan en no responder y que nos conducen a pensar que no es la primera vez en la historia reciente que se utilizan mercenarios o ejércitos de falsa bandera para ocultar al inductor, al que realmente dirige la guerra.

Rusia está rozando con Putin un poder, ya capitalista, que amenaza la supremacía de Occidente. El capital y su brazo armado, la OTAN, van cerrando el círculo en torno a Rusia, su principal adversario militar. El control de los Balcanes, Afganistán, el Cuerno de África, el Canal de Suez€ el golpe de Estado fascista en Ucrania, el despliegue de misiles estratégicos en la UE y el despliegue de tropas en Polonia, apuntan al objetivo: Rusia.

Pero vivimos igualmente una guerra de clases. El cierre de fronteras en Hungría y Alemania a los refugiados sirios, y ahora las de Francia, después de los atentados, son botones de muestra del rostro que está adquiriendo la guerra de clases interna en combinación con la externa. La dominación de las sociedades por el miedo permite a las clases dominantes desbaratar más rápidamente las conquistas y logros sociales conseguidos durante siglos. Recortar las libertades bajo la excusa de la seguridad.

Hoy como ayer, la paz mundial es una necesidad vital para la humanidad, especialmente para las zonas del planeta que son y serán el teatro de operaciones militares. Desde Venezuela a Palestina, pasando por Siria, Ucrania, Congo o España (con dos bases militares cedidas a perpetuidad al Ejército de EE UU€). La creación de un movimiento internacional por la paz, la rotunda fiscalización del destino del suministro financiero yihadista, la voladura de sus pozos de petróleo robados en Siria e Irak serían mucho más efectivos que miles de bombas que han estado masacrando a la población civil de estos países musulmanes.

Dejemos ya los lloros exclusivos sobre París. Lloremos por Afganistán, por Irak, por Somalia. Acabemos con esta tercera guerra mundial: Occidente contra Oriente o el dominio sobre el maldito crudo. En definitiva y tristemente es solo una guerra de intereses. Ni religiones ni civilizaciones. Solo intereses.

Luchemos por la paz. España ya lo hizo en la invasión inhumana de Irak. Salió a la calle, ese es el camino. Estamos todos amenazados y ellos, como ya he señalado, están anclados en la Edad Media y juegan con la ventaja de nuestro pavor a la muerte.