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El paciente

Las ciudades son como los organismos vivos: sienten, padecen y cualquier intervención que se haga sobre una parte afecta al conjunto. En el caso de Alicante más, porque es un cuerpo enfermo y hay que ser extremadamente cuidadoso con el tratamiento que se le aplica porque corres el peligro de llevarte por delante al paciente si no mides bien dónde, cómo y cuándo la sometes a una intervención. La cosa aún se complica más para la capital de la provincia porque, en estos momentos políticos por los que atraviesa, en lugar de un médico parece que tiene tres, y los tres se consideran expertos galenos en sus especialidades, con estudios y títulos para decidir por sí solos si ahora cortan, si practican un baipás o si hacen un trasplante. Lamentablemente este cuerpo enfermo que se llama Alicante no está ni mucho menos para esos trotes y si es verdad que anda muy necesitada de una intervención, no lo es menos que aquello que se haga debe tener la precisión del cirujano y el asesoramiento de todo el equipo médico, que una vez decidido el tratamiento y los pasos a dar se ponga manos a la obra. De otra forma, corremos el peligro de que una supresión de veladores, unida al cierre los festivos de su principal arteria comercial y a la amputación de Ikea, sin que se haya puesto sobre la mesa de operaciones un tratamiento alternativo, porque encima no hay ni un euro para costosos medicamentos que insuflen un poco de vida a la comatosa capital de la provincia, acabe por llevarnos a todos al tanatorio sin otro consuelo que mirarnos unos a otros entre sollozos y lágrimas recordando lo buena moza que era esta ciudad, las posibilidades que tenía y las alegrías que nos daba cuando se le hacía un poco de caso. Y encima no habrá ni herencia que repartirse.

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