El último atentado terrorista en París ha conmocionado al mundo. Una vez más, los terroristas islamistas han demostrado lo fácil que es matar y cómo se puede sucumbir ante un asesinato bien planificado. Desde luego, lo han hecho, han acabado con la vida y planes de vida de muchas personas, y las suyas propias, sin ningún mérito ni honor, aprovechándose del esparcimiento en el que se encontraban las personas asesinadas, dejando a su paso destrucción y muerte.

Diversas nacionalidades encuadradas en distintos eventos lúdicos de París, salpicadas por el odio y la sinrazón de sus atacantes, sin argumentos, más allá del odio a la forma de vida occidental por sus propias creencias, por sus propias circunstancias, por sus propias convicciones, que escapan a la razón humana y a lo divino. Nada que justifique la barbarie, la sinrazón, ni el asesinato de seres humanos.

En nuestra sociedad occidental se han instaurado unos regímenes cuyo principal garante y origen del mismo fue Francia, cuyos principios inspiradores -la libertad, la igualdad y la fraternidad- han cambiado al mundo hasta el punto de convertirlo en lo que actualmente somos: Estados democráticos donde sus ciudadanos circulan con mayores libertades y garantías que en otros Estados. El Estado Islámico se ha propuesto acabar con nuestra forma de vida, y no es consciente de que ello supone su propia destrucción. Este está tratando de derribar la confianza en nuestro sistema, en nuestras instituciones, apostando por la vía del asesinato y la masacre de seres humanos, perpetrando cuantas acciones se les ocurre. Sus actos, realizados frente a civiles desarmados, en lugares públicos o no, aprovechando el descuido y la indefensión de estos, son actos viles y cobardes, generadores de odios. Estos actos no darán lugar a reconocimiento alguno y mucho menos servirán para alcanzar un lugar en el cielo o en aquel lugar sagrado que su religión establezca. No hay religión en el mundo, que se sepa, cuyo camino hacia la gloria se alcance sesgando la vida de inocentes de golpe, mas al contrario, cuánto peor te comportas con tus semejantes más te alejas de ese camino.

Desde los orígenes del hombre, este buscó adaptarse y sobrevivir, y en su afán logró poco a poco ir superando sus horrorosas guerras, y hasta en determinados lugares logró vivir con periodos de prolongada paz. Sin embargo, la paz, paradójicamente, siempre se ha afianzado con los ejércitos. Sin estos, la libertad de la que gozamos se vería truncada por aquellos otros Estados o conjunto de personas organizadas que pretenden imponerse a sus semejantes por la fuerza. Seguir avanzado y evolucionando es continuar protegiendo el sistema de derechos y libertades que tanto esfuerzo ha exigido frente a los continuos ataques e intentos de desestabilizar nuestra sociedad. Sin embargo, ni el hambre ni la paz en el mundo se han erradicado, mas al contrario, existen vanas esperanzas de conseguir tal proeza, pero a pesar de ello seguimos intentándolo.

París llora a sus muertos, y todos nosotros, ciudadanos y ciudadanas de bien, lloramos con ellos. El mundo entero sufre y lamenta las pérdidas de cuantas personas son asesinadas, no importa su color, su raza, su religión, su lugar de procedencia ni condición alguna, ya que simplemente lloramos, sentimos y lamentamos el asesinato vil cometido. Por eso hoy, más que nunca, debemos reforzar a nuestros guerreros, a nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, pero también a los médicos, a los profesores, a los monjes, a las limpiadoras, a los cocineros, a los músicos y, en definitiva, a todos y cada uno de nuestros honrados ciudadanos y personas del mundo que realizan cualquier oficio o tarea, con el que se ganan la vida honradamente, que les produce orgullo y satisfacción lo que hacen, porque con ello no sólo no causan daño a nadie ni alteran la vida ni los planes de vida de nadie, sino al contrario, consiguen mejorar la suya y la de los que les rodea. Un mundo mejor y más justo tiene que ser posible, al igual que los principios y valores lo son más que el mejor de los trajes. Y si el hábito no hace al monje, el amor al prójimo es fundamental para serlo.