A mí me gustaría que los países civilizados invirtieran buena parte de sus presupuestos en la educación, en la cultura y sobre todo en la investigación médica para curar los cánceres de las personas, las enfermedades que denominan raras, que por serlas dedican poco dinero, las pandemias y, paralelamente, se distribuyeran mejor los recursos para evitar la pobreza y se paliara el hambre en el mundo mundial. Deseo que, estoy convencido, compartirá conmigo buena parte de la sociedad. Siendo esta mi carta todos los años a los Reyes Magos, no hay forma de que se cumpla en ningún calendario que echamos a la papelera para dar la bienvenida a otro. La defensa, la seguridad y la conservación de nuestro estilo de vida parece lo más urgente e importante.

Se desató el pánico en París por descerebrados yihadistas, atacando las entrañas de Europa. Los reclutados por Daehs, mal llamado Estado Islámico, son fanáticos dispuestos a inmolarse, pero en realidad a sus dirigentes el Corán o Alá les importa bien poco, pues enfocan todos sus esfuerzos y barbarie en obtener importantes fortunas económicas mediante el secuestro, el chantaje, el control y distribución del apreciado petróleo e incluso extorsionando a miles de refugiados al permitirles un salvoconducto a cambio de dinero. A esta cúpula terrorista hay que combatirla, claro que sí, pero con todas las cartas encima de la mesa y sin ninguna escondida en la manga.

No es de recibo que ahora los países europeos y sus partidos de centro derecha e izquierda animen a los demás a unirse en un pacto anti-Yihadista, en nombre de la democracia, cuando EE UU, Reino Unido, Francia e Israel están desde hace décadas vendiendo armas a Turquía y Arabia Saudí para que estos países revendan el material bélico a terceros y éstos trafiquen con otros terceros, hasta llegar a manos de bandas o tribus rivales para que se maten entre sí. A los turcos, árabes e israelitas les interesa desestabilizar Siria, eliminar a su presidente Bashar al-Asad para proclamar a otro más propicio a sus propios intereses; en tanto que esas armas vendidas acaban en manos chiítas, sunnitas y yihadistas para sus ajustes de cuentas.

De modo que los terroristas de París pretender derrocar al líder sirio y a éste le protegen los chiítas y Rusia. Los primeros, alentados y armados por turcos, árabes y hebreos, respaldados todos por británicos, franceses y norteamericanos; los segundos, las tribus sirias y los rusos, bombardeando posiciones del Daehs para que Siria no caiga en manos del enemigo occidental. Todos juegan su partida de ajedrez en ese tablero extenso que la ONU denomina Oriente Medio, que implica a muchos países y que entre todos forman un polvorín con intereses contrapuestos.

Dicen los que se autoproclaman demócratas occidentales, apropiándose con exclusividad del término demócrata, que hay que luchar contra el terror y la sinrazón. Reitero que sí, por supuesto. Pero yo también soy demócrata y sin embargo critico, mediante este artículo, la hipocresía de muchos gobiernos que en nombre de la paz y la democracia envían sicarios y mercenarios a asesinar a sanguijuelas para poner a otras que custodien mejor sus intereses petrolíferos. Si quieren la paz en voz alta no vendan armas a terceros, ni declaradas legalmente ni en el estraperlo de los mercados negros.

Estamos muchos cansados de tanta pleitesía que se ofreció al fallecido Gadafi y de tanta cordialidad con Jefes de Estado que no respetan los Derecho Humanos en sus naciones, incluida China. Mucha maquinaria diplomática en pro de la adulación monetaria y demasiadas bajadas de pantalones para unos y dureza para otros, todo sea en nombre de la democracia y de la paz; pero hay que recordar que los muertos de París no son más importantes que las víctimas de Beirut, por ejemplo, diseñadas y ejecutadas por Daehs o Israel.

Si de verdad se requieren gestos nobles y transparentes, elimínese ya el derecho de veto en la ONU. Si esto no se produce déjense de milongas y, entonces, serán las potencias mundiales que lo ostentan cómplices y culpables.