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Desde mi terraza

La que se avecina

Uno de mis amigos médicos, catalán por más señas, me comentó: «¿Sabías que el actual presidente de Siria, Basar Al-Assad, es oftalmólogo? Vivía y se formó en Barcelona hasta que su hermano, militar y señalado para sustituir al padre, Hafez al-Assad, falleció en un accidente de aviación, y recayó en él la responsabilidad no esperada, acabando por duplicar las conductas dictatoriales de su padre, seguramente porque el entorno manda y él es un simple títere sin autoridad». Y en estas estamos. ¡Quién iba a decirnos que el despertar democrático de los árabes a través de la esperanzadora «Primavera árabe» iba a desembocar en esta trágica situación! Como se sabe, no todos los árabes profesan la religión musulmana, el islamismo, pero sí son los más numerosos: alrededor del 70%, mientras los católicos no pasan del 10%, ocupando el resto otras confesiones. Y está claro que los árabes no son precisamente democráticos, ahí está Arabia Saudí para demostrarlo. Sólo Túnez pareció salir triunfante del movimiento de su primavera democrática hasta que fue sacudido por la intolerancia del terrorismo islámico. Siria ocupa la atención del mundo entero, y España no escapa a la tensión hasta el punto de habernos hecho aparcar por unos días del tema de los deseos independentistas catalanes. El corazón de Europa, París, ha sido mortalmente herido, y la humanamente comprensible reacción del gobierno francés ha sido el deseo de venganza: «Estamos en guerra», dijo el Presidente Hollande. Y la pobre Siria, en un éxodo sin precedentes hacia Europa, paga las consecuencias por haberse alzado contra la tiranía hasta que el denominado Estado Islámico se hizo con el protagonismo en la zona, provocando una cruel guerra civil de consecuencias imprevisibles. El sibilino Vladimir Putin lo dejó bien claro: «La diplomacia a través de las armas». El deseo de expansión del islamismo por parte de los yihadistas pasa por haberse apropiado de los pozos de petróleo que venden a bajo precio, llegando a obtener un millón de dólares al día; los ingresos del petróleo unido a diversas donaciones y ayudas de países limítrofes, especialmente Arabia Saudí, sirven a los terroristas para comprar armas a países que incluso pueden llegar a atacarles, muy especialmente Rusia. Y Putin, con una imagen internacional deteriorada a raíz de su postura en el conflicto de Ucrania, necesita lavarla jugando para ello a dos barajas. Y esta guerra no es sino el choque del nacionalismo árabe y el integrismo musulmán, a lo que se añaden muchísimos otros intereses. La primera consecuencia es que los españoles debemos desempolvar el pasaporte si queremos cruzar escasos kilómetros para comprar quesos a través de Euskadi; o aceptar pacientemente que un gendarme francés te despierte a medianoche mientras se duerme en el tren Puerta del Sol de Madrid a París. Con miedo en el cuerpo se aguanta lo que sea preciso. Y ese es el gran triunfo del terrorismo, sea cual fuere: el reinado del miedo. El miedo a la que se avecina... o no. Siempre queda la esperanza de que el sentido común de todo occidente se imponga al fanatismo, utilizando el lenguaje de las armas sólo en última instancia.

España no ha terminado de reconstruirse anímicamente de la matanza de Atocha, segunda gran acción terrorista tras los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. Y hemos tirado p'alante a trancas y barrancas, con preocupaciones económicas, con discrepancias políticas pero sin sobresaltos hasta que se planteó en serio el tema del independentismo catalán. Ahora, sabiendo que nadie está exento de cualquier salvajada, se produce por primera vez la suspensión de dos partidos internacionales de fútbol en Bruselas y en Hannover. Y este sí es realmente un signo de miedo. Miedo que habrá que vencer si queremos seguir viviendo con un mínimo de normalidad; porque como tantas veces he dicho, la vida sigue. Y sobre todo debe primar el abrazo solidario, que no se convierta en abrazo roto.

La Perla. «El abrazo es un poema escrito sobre la piel». (Anónimo)

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