Según los expertos, no es recomendable clasificar los sentimientos como «buenos» o «malos» ya que, en su caso, las connotaciones éticas no tienen lugar. Podríamos decir que, sencillamente, se generan en nuestro interior, ya sea a partir de una reacción fisiológica (intranquilidad, alerta, excitación) o de nuestra experiencia (curiosidad, alegría, impotencia). Al parecer, resulta más acertado dividirlos en agradables o desagradables. Y de nuestra capacidad para expresarlos de forma adecuada dependerán gran parte de nuestras relaciones sociales.

Así lo atestiguan los resultados de las investigaciones, según las cuales, el llanto, por ejemplo, provoca una disminución del estrés, pues va acompañado de la liberación de adrenalina y noradrenalina, dos hormonas que se relacionan con la activación del sistema nervioso y la ansiedad. Del mismo modo reduce la ira, y nos permite aceptarnos como seres vulnerables, es decir, dejar de sostener la falsa y pesada máscara de seres perfectos. Después de llorar, sentimos alivio, descanso, desahogo; y nos encontramos más dispuestos a buscar soluciones consensuadas.

De modo similar, bloquear la expresión de rabia o de ira puede desencadenar una depresión. La educación tradicional ha tratado de reprimir estos sentimientos, especialmente en las mujeres, considerándolos comportamientos socialmente no aceptables. Sin embargo, el entrenamiento para liberarla de forma controlada puede ayudarnos a evitar problemas psicosomáticos como el síndrome del colon irritable, dolores musculares, etc. Según los expertos en estas técnicas, y mencionado de modo sucinto, para expresar nuestra rabia debemos identificar, en primer lugar, qué estímulos del día a día son los que nos la provocan con más frecuencia, ubicar posteriormente en qué parte de nuestro cuerpo la sentimos -en los puños, en la garganta, en las piernas, en el estómago...-, y después, en un entorno controlado, y supervisado por un terapeuta, podemos expresarla. En muchos casos necesitaremos gritar, pero también existen técnicas como golpear superficies almohadilladas, o sacudir palos de espuma. Por otra parte, existen métodos muy eficaces como relajaciones musculares, control de la respiración, etc. Sin embargo, tan dañino para nuestro organismo es el bloqueo de sentimientos desagradables como la dificultad para expresar los agradables. Existen personas que encuentran verdaderos problemas para esto último, lo cual puede relacionarse con la misma carencia en los padres durante la infancia. Expresar el amor, la felicidad, la alegría, es algo necesario para que el organismo se equilibre. No comunicarlo suele significar vivirlo en mucha menor magnitud, lo cual nos volvería seres lúgubres, enfocados básicamente en la tristeza y la autocompasión. En suma, parece fundamental eliminar los filtros que impiden que nuestras vivencias internas puedan transmitirse a los demás. Ejercitar la expresión de nuestros sentimientos nos evitará caer en la fría racionalidad tan limitada para gestionar las relaciones humanas.