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El Indignado Burgués

¿Llorones o víctimas?

Es habitual que se cumpla el refrán de que el que no llora, no mama, especialmente si la teta está lejana y tiene muchos pretendientes o porque, como en otras palabras decía mi admirado Vázquez Novo: «Hay gente que no tiene más que bolsillos». Cosa diferente a pedir es utilizar la demanda constante como un arma política para movilizar las masas, que ya sabemos que nada hay más saludable que un enemigo común para que el personal se movilice y nos lo llevemos al huerto.

Como yo vivo inmerso en la duda metafísica a veces me planteo si en Alicante somos víctimas o simplemente llorones; obviamente el primer papel es mucho más divertido e incluso, si no fuera pretencioso, diría que lo he representado en ocasiones con éxito de crítica y público, pero me gustaría mirar más lejos y ver con los ojos con los que nos miran allá por el Norte, más allá del Muro (No de Muro, patria chica de nuestro conseller Rafa Climent, a.q.d.g, sino del Muro que hay más allá de Invernalia, donde habitan los monstruos, también llamados valencianos de Valencia).

Nada más constituirse el nuevo gobierno valenciano escribí con estas mismas teclas y en un papel notablemente parecido: «No hay que ser Nostradamus para profetizar que la más fuerte oposición al nuevo gobierno valenciano se va a hacer desde Alicante, con los cuarteles generales situados en el Palacio de la Diputación y en algunas instituciones teóricamente independientes pero infiltradas hasta las trancas de rivales políticos e ideológicos de PSOE y Compromís. Y los lemas de la campaña van a tener que ver con el menosprecio que va a sufrir Alicante en comparación con Valencia, cuando tanto había hecho el PP por la vertebración de las tres provincias (Modo ironía en On)». Pues hala, ya estamos en ello, el presidente de la Diputación, César Sánchez, va lanzado y sin frenos en esa dirección, fundamentalmente porque son tan torpes en el Norte que si no hay suficientes armas en la trinchera enemiga optan por repartirlas gratis.

Es verdad que no había que ser adivino o augur, porque he sido testigo privilegiado de que la oposición real que se ha hecho siempre a Valencia ha venido de la mano de la Diputación, que -como contaba siempre un antiguo presidente de la misma- es un terrible acorazado de combate si se tienen buenos comandantes en el puesto de mando, y el que ahora lo ocupa, por lo poco que le conozco, me lo parece y además me cae bien. Es curioso como nadie recuerda la historia aunque sólo sea para cortarse un poco y disimular. La única ocurrencia que han tenido desde Valencia para frenar esta dinámica reivindicativa es argumentar que las diputaciones provinciales son un dinosaurio que se resiste a la extinción. Es probable que la Diputación no tenga mucho sentido en la configuración territorial de las autonomías, pero si Alicante cuenta poco para la Generalitat imagínense si la provincia no existiera ni como referencia.

Curiosamente no recurren al arma de destrucción masiva que acaba con todos los llantos, que es arrimar la teta para alimentarnos vía Presupuestos. Ahí no, porque, como siempre, la parte del león se la lleva Valencia y las migajas nos las repartimos entre Alicante y Castellón, da igual el peso que representemos. El error de dejar obrar al victimismo es que va a juntar en su seno a muchos partidarios. Aunque un porcentaje alto de los mismos no comulgue con la línea argumental es evidente que nadie puede resistirse a las cifras: no es que parezca que nos ningunean, es que nos ningunean. La autonomía, excepto en momentos muy puntuales por otra parte no demasiado ejemplares (¿Zaplana?) no ha conseguido dar con la tecla de esta malhadada provincia, mezcla de tantos productos heterogéneos y poco susceptible de cocinar una crema homogénea, sin grumos.

En esta deriva reivindicativa no hay nada muy diferente del victimismo de una región como Cataluña, los argumentos son de manual y me recuerdan una frase que decían a los dos soldados los lugareños en «El hombre que pudo reinar» de Kipling: «Les odiamos porque nuestros enemigos se mean río arriba cuando nos bañamos», tesis que, pueblo tras pueblo por el que pasaban, les iban mencionando? de los demás. La diferencia es que en Alicante no nos iremos de ningún sitio, pero gritaremos tanto y pegaremos tantos puñetazos en la mesa que, otra vez, los valencianos desearían que nos fuéramos para siempre y dejáramos de dar la lata. Olvidan el subidón que produce un enemigo externo odiable y Valencia compra todas las papeletas.

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