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Crónicas precarias

Hay que matar a más mujeres

Hay que matar a más mujeres. No se está asesinando a las suficientes. Unas 50 en lo que va de año. Eso no es nada: son necesarios más tiros, más golpes, más estrangulamientos y más puñaladas. Poco, en este país se mata poco. Solamente así se entiende que el fin de semana pasado se celebrara una multitudinaria manifestación contra la violencia machista y nadie del Gobierno decidiera dejarse caer por allí para mostrar apoyo institucional. Total, tampoco era una cuestión tan importante.

A lo mejor si llegamos a cien muertas al mes, por fin se considera un asunto prioritario en las agendas oficiales de los líderes políticos. A lo mejor así se convierte en pregunta obligada para los candidatos electorales. «Ya nos ha contado que quiere regenerar mucho, ahora díganos qué opina de estos cadáveres». Quizás cien tampoco sean suficientes -sabemos que la vidas femeninas valen poco- y debamos subir a doscientas o trescientas. Ya sabes, hay que jugar a lo grande, si no arriesgas no ganas.

Tal vez con estas cifras podamos dejar de hablar de las denuncias falsas como si fueran el principal y auténtico problema de la violencia de género. Si está leyendo esto algún «ni machista ni feminista», por favor, que me aclare a cuántas féminas hay que cargarse para que no se sienta obligado a apostillar: «¿Y de los hombres maltratados nadie habla? ¡Eso es 'hembrismo'!» Cada vez que se denuncia una agresión. Porque, con el recuento que llevamos hasta ahora, todavía algunos reaccionan con un desdeñoso: «¿Tanto lío para esto? Mucha más gente muere por fumar». Minimizar lo femenino en el espacio público, un clásico de la misoginia que nunca pasa de moda.

Claro, las mujeres, pérfidas por naturaleza, pueden llenarse de moratones y romperse varias costillas adrede para denunciar al marido. Pero un cadáver frío tirado en el salón es más complicado de negar. A no ser que hayan aprendido a fingir su propia muerte. Que las tías son muy malas y con tal de machacar a los hombres que tienen alrededor, son capaces de simular que les han pegado un tiro o que han sido acuchilladas varias veces. Como cuando hacen pucheros después del primer guantazo. Habrá que investigar eso, a ver si estamos llenando los cementerios de falsas muertas.

Ya que las protestas y las campañas de concienciación no están frenando esta ola de asesinatos, tenemos que sacar al feminicidio del anonimato y el silencio. En general, se mata a las mujeres en la intimidad del hogar. Como mucho en el portal de su edificio. Los ataques quedan relegados al ámbito privado, al infierno doméstico donde no encogen las tripas del resto de ciudadanos, que pueden mirar cómodamente hacia otro lado y pensar que 50 muertas no son demasiadas.

¿Qué pasaría si a todas las mujeres asesinadas este año las hubieran matado en concurridos espacios públicos? En salas de conciertos, estadios de fútbol, supermercados o avenidas repletas de transeúntes. Te vas a la plaza más importante de tu municipio y, a plena luz del día, quemas viva a la persona a la que anteayer asegurabas amar con toda tu alma. Así un día y otro y otro y otro. Sería interesante preguntar entonces a las autoridades y a la sociedad si esos crímenes son un problema grave o una exageración de cuatro desquiciadas.

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