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Isabel Vicente

Atracción china

Un multimillonario chino que antes de hacerse rico como bróker en la bolsa era taxista y vendedor ambulante de bolsos, ha pagado esta semana 170,4 millones de dólares por el cuadro Desnudo acostado de Modigliani. Con 1.500 millones de fortuna, este hombre, llamado Liu Yiqian, es solo uno de los más de un millón de millonarios que hay actualmente en el país asiático y que no paran de aumentar gracias al rápido crecimiento económico del país. Por lo visto, a estos nuevos ricos chinos les apasiona el mundo del arte y el lujo; su país preferido para hacer compras es Francia y acaparan el 30% del gasto en productos de alta gama. De hecho, de media, un turista chino, de esos que vemos tan tranquilitos con sus cámaras ante la Giralda, gasta en una sola compra lo mismo que el turista europeo en una semana. Según datos de Global Blue, cada vez que entran en una tienda gastan mil euros, nada menos, debido a que a su alto poder adquisitivo se une su afición por el lujo con Patek Philippe, Cartier y Vacheron Constantin como marcas de relojes preferidas, o Chanel, Hermès, Prada y Louis Vuitton para comprar ropa o complementos. Así no es extraño que las marcas internacionales más cotizadas se den de bofetadas para abrir una tienda en China en alguno de los, aún escasos, centros comerciales de lujo para surtir a esos jóvenes pudientes de productos exclusivos sin tener que salir de su país.

Mientras la creación de riqueza en China se mueve a un ritmo increíble, aquí también han venido los chinos, al parecer para quedarse, pero con una oferta bien distinta. Mientras Europa abre tiendas de lujo en China, los chinos abren tiendas en Europa de todo a un euro. Tengo la sensación de ver un bazar nuevo cada semana, todos enormes, en buenos sitios y con todos los productos que uno pueda imaginar aunque, eso sí, con calidad cuestionable y precios tirados. Lo más lujoso son los jarrones de brillantitos y los gatos de la suerte que mueven los brazos. En las antípodas de Dior, vamos. Tengo que reconocer mi fascinación por estas tiendas de las que, a poco que te descuides, sales con una bata de estar por casa, con una tostadora o con media docena de bolas para el árbol de Navidad; tiendas en las que ves cada día a más trabajadores españoles ordenando las estanterías mientras los propietarios chinos controlan la caja y que van poco a poco sustituyendo a la mercería o a la ferretería del barrio. No sé si todo esto es un aviso del declive de occidente frente al gigante asiático, pero tiene toda la pinta. Ante la duda, voy a empezar a aprender mandarín por si toca reinventarse.

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