Se denomina violencia de género a todo acto de violencia que se ejerce contra las mujeres por el simple hecho de serlo y que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual, psicológico o emocional, ya sea en la vida pública o en la privada.

El hecho de que el hombre utilice la violencia de género es un acto cultural y aprendido; de hecho las investigaciones indican que hombres maltratadores han sufrido malos tratos de algún tipo en su infancia y/o adolescencia. Tratar psicológicamente a un agresor es posible y efectivo, sobre todo si asume la responsabilidad de sus actos y tiene una motivación para el cambio. Y a modo preventivo, se trataría de interrumpir el aprendizaje intergeneracional de conductas agresivas y violentas.

Que la mujer no exprese las agresiones se debe también por aprendizaje, a una respuesta que ha visto en su entorno y que sigue repitiendo. En ocasiones, es un acto consciente, ya que cuando piensa en cambiar su situación aparece el miedo, las dudas y la incertidumbre sobre cómo será su vida si se aleja del agresor. Como en tantas otras ocasiones, el miedo paraliza y bloquea.

La violencia de género es un problema estructural, dado que se asienta en la base de las estructuras sociales, sobre unos cimientos de poder-sumisión establecidos por el patriarcado a lo largo de la historia.

La violencia de género hunde sus raíces en la propia estructura de la sociedad patriarcal. Parte de una ideología en la que el propio orden social se da a través del sistema patriarcal. Esa es su base estructural e ideológica. Se imparte mediante el adoctrinamiento socializador desde el nacimiento y a lo largo de la formación del individuo como persona. Las personas así socializadas, cuando llegan a la adultez se convierten en defensoras y militantes de la ideología impuesta, y convencidas de sus valores aprendidos los propagan irremisiblemente. Este sistema socializador ha conferido un papel de poder y dominación del hombre sobre la mujer, a quien le ha otorgado el papel de sumisión. La génesis de la violencia de género la encontramos en las desigualdades sociales existentes entre hombres y mujeres, es decir en la inequidad.

La violencia de género tiene carácter estructural, lo que significa que no se debe a rasgos singulares, concretos y patológicos de una serie de individuos, sino que tiene rasgos organizados de una forma cultural de definir las identidades y las relaciones entre los hombres y las mujeres. La violencia contra las mujeres se produce en una sociedad que mantiene un sistema de relaciones de género que perpetúa la superioridad de los hombres sobre las mujeres y asigna diferentes atributos, roles y espacios en función del sexo. Es una violencia que, históricamente, se ha sustentado en unas formas, modos y costumbres culturales que toleraban y admitían socialmente que los hombres utilizasen la violencia para afianzar su autoridad y mandato.

Por desgracia, las ideas de que el hombre puede controlar a la mujer, de que el hombre es dueño de la mujer, de que el hombre es mejor que la mujer porque es más fuerte, siguen vigentes en la sociedad española actual. Como consecuencia de ello -aunque esto no quiere decir que sea la causa en el 100% de los casos-, la violencia de género ha estado, está y estará presente en España como uno de los tipos de violencia que hay que erradicar. El machismo es la causa de una gran parte de los casos de violencia de género, aunque, ¿podemos asegurar con rotundidad que está detrás del 100% de los casos de violencia de género? ¿Todos los asesinatos de mujeres a manos de sus hombres se basan en el machismo? ¿O puede haber alguno en el que se trate del trágico desenlace de una discusión en la que los dos pierden los nervios, pero el hombre en mayor medida y acaba matando a su mujer?

Dada la dificultad de concienciar a la población en unos pocos años frente a un modo de vida instaurado desde hace siglos, sólo queda la prevención para intentar que haya menos muertes por violencia de género. Es muy difícil impedir que un hombre mate a una mujer si hay denuncia de por medio, aunque haya orden de alejamiento. Porque es prácticamente imposible, desgraciadamente, impedir que un hombre -salvo que esté en la cárcel- mate a una mujer, al igual que es prácticamente imposible impedir cualquier otro tipo de delito, como los robos, los atracos u otros asesinatos no catalogados como violencia de género.

La pregunta es, ¿cómo acabar con la violencia de género? ¿Cómo eliminar de la sociedad española todo atisbo de sometimiento de la mujer? ¿Cómo evitar que un hombre crea que es superior a su mujer sólo porque él es el hombre y sólo porque ella es mujer? ¿Cómo impedir que en su casa o en la calle un hombre machista grite, amenace, pegue o mate a su mujer? Al final son actos que responden a ideas y una idea, un modo de pensar, una creencia, no se puede borrar de la faz de la Tierra ni destruir como se destruyen las armas. Impedir un acto en una ocasión no es ganar la guerra, es ganar una pequeña batalla. Salvar a 1.000 mujeres es un gran logro, pero no el definitivo. El trabajo de concienciación y de cambio de pensamiento es muy complejo como para solucionarlo con unos cuantos años de campañas. Con el paso del tiempo, si no se deja de trabajar, podría reducirse o acabarse esta lacra infame. Sigamos por este camino, reconociendo las debilidades y fortaleciendo las fortalezas.