Mientras los ojos de toda la clase política y los focos de los medios de comunicación no tienen otro objetivo que Cataluña y su escalada soberanista, y cuando la rotura del ligamento cruzado de una estrella del deporte rey es capaz colarse sin reparos en las portadas de los principales informativos del país, la tragedia de la violencia de género únicamente logra hacerse un hueco en un lugar visible de la actualidad cuando algunos de esos políticos, acompañados de varios miles de personas, eso sí, dedican una soleada mañana de sábado a pasear por el Retiro su rechazo a la violencia machista. Y una vez mostrada la indignación, de vuelta a lo mismo. Mujeres que siguen muriendo en tromba a manos de sus parejas y exparejas y representantes públicos que consideran esta dramática realidad una cuestión de segundo orden. Porque algo harían, además de posar para la foto detrás de la pancarta o durante el minuto de silencio que sucede a cada nueva víctima, si realmente estuvieran convencidos de la necesidad de acabar con esta epidemia que, de no ponerle remedio, lleva camino de convertirse en pandemia.
