Se ha puesto de moda demonizar el bipartidismo desde que el movimiento catódico de Pablo Iglesias surgiera hace un par de años y se registrara como partido político con el sugerente nombre de Podemos. La mayoría de analistas, tertulianos y opinadores de la piel de toro, han venido coincidiendo en el mal que ha hecho el bipartidismo a esta nación, y el aire fresco con que venían a regenerar esa casta corrompida en el ejercicio del poder, formaciones como la antes citada y la liderada por Albert Rivera, que como Ciudadanos ya venía teniendo presencia en el parlamento catalán cada vez con más fuerza. De tres diputados han pasado a tener veinticinco, totalmente al contrario que los socialistas catalanes que de tener más de cincuenta no hace tantos años, se han quedado con dieciséis, lo que viene a sustentar la teoría de que aquellos también pescan en el caladero de estos, y en Cataluña con mayor ímpetu.

Por la misma razón, y prácticamente desde los mismos foros y personas, se sacraliza la entrada en parlamentos autonómicos, ayuntamientos o en los próximos comicios nacionales en las Cortes Generales, de partidos que rompan el bipartidismo, y obliguen a formar gobiernos de coalición, o como mal menor sustentados en pactos con otra u otras formaciones políticas. O bien ellos, los sustentadores de tal parecer están equivocados o en la mayoría de los países de nuestro entorno necesitan de una buena dosis de sus doctas opiniones. Tanto en Alemania, como Francia o Reino Unido y en los países nórdicos, con distintas leyes electorales, el bipartidismo es una realidad desde hace años, lo que les ha permitido tener gobiernos estables que han generado el estado de bienestar del que disfrutan sus ciudadanos, con todos los defectos que se les quiera buscar, como en el caso de España.

Únicamente cuando un partido ha logrado mayoría absoluta, tanto en los países citados como en España, el gobierno ha sido monocolor. De lo contrario, lo que viene ocurriendo casi con más frecuencia de lo que se reconoce por ciertos foros, los gobiernos han sido de coalición con partidos tradicionales como el de los liberales, o más recientes como los verdes alemanes, cuando no en la misma Alemania han optado, con más cabeza que corazón, por la llamada gran coalición. La diferencia fundamental con el resto de países con el nuestro en este asunto, no es otra que aquí con los partidos que ha habido que pactar hasta la fecha para poder formar gobierno con mayorías minoritarias, han sido de ámbito regional, nacionalistas y por ende separatistas y desleales. Esta faceta ha condicionado a los sucesivos gobiernos de izquierdas, PSOE, como de derechas, PP y en su momento UCD, de tal forma que para mantenerse en el poder ha ido cediendo terreno y competencias, que debido a la deslealtad de quienes les apoyaban con España, han terminado por intentar aventuras en solitario como la protagonizada en su día por Ibarretxe o la que hoy mismo están llevando a cabo Mas y sus compinches en la sedición.

El bipartidismo no es malo en sí mismo, lo hacen pérfido quienes lo utilizan arteramente para su propio beneficio en vez de mirar los intereses generales del pueblo soberano. Las bondades de gobiernos con más de dos formaciones con presencia en el ejecutivo, o necesidad perentoria de que haya uno más que apoye desde fuera, no es que estén por demostrar, es que es palmario el fracaso de gobiernos de esta índole en multitud de ayuntamientos, y en alguna que otra comunidad autónoma como el caso del delirante pentapartito en las Islas Baleares. De lo que no hay duda es que cuantas más formaciones sean necesarias para formar un ejecutivo, mayores posibilidades habrá de que cada cual mire más por sus planteamientos o intereses partidistas, lo que por fuerza tendrá efectos negativos en la gobernanza. El bipartidismo no es el bálsamo de fierabrás que todo lo cura, pero tampoco lo son los tripartitos u otros de mayor número. Demonizar lo bueno que se tiene, no lleva más que en muchas ocasiones a callejones sin salida.