Pasado día 30 de octubre, aniversario del nacimiento del poeta Miguel Hernández, recordaba aquellos versos de su poemario «El hombre acecha» en el que nos describe con la intensidad con que solo la poesía lo hace, cómo el hombre puede regresar a sus instintos de fiera, cuando trata de defender su pan y no lo sabe compartir con los otros. Aquellos versos escritos en plena tragedia de la Guerra Civil española, en puertas de la Segunda Guerra Mundial, me parecen de plena actualidad, al contemplar la respuesta que en Europa se está dando ante la llamada de tantos refugiados. Primero, vimos cómo el mar Mediterráneo, la cuna de nuestra civilización, se estaba convirtiendo en un cementerio enorme en el que quedaban sepultadas tantas personas que venían huyendo de la guerra, de la persecución, del hambre. Ya en aquellos momentos las decisiones de las cumbres de la Unión Europea fueron decepcionantes. El propio Presidente de la Comisión las tachaba en el Parlamento Europeo de absolutamente ineficientes. Han pasado ya varios meses y el problema, por el hecho de no afrontarlo con valentía, no solo no ha disminuido sino que se ha agravado. En el pasado mes de octubre llegaron a las costas europeas tantas personas como las que lo hicieron desde los meses de enero a septiembre. A quienes con todas las penalidades imaginables han podido sortear ese foso de separación y han podido sobrevivir, en muchos lugares de Europa la respuesta con la que se encuentran es el levantamiento de barreras que les impide transitar; en otros casos las fronteras son más sutiles: se levantan muros de burocracia con los que se impiden la toma de decisiones. Los problemas los estamos agrandando en nuestro interior. De un modo u otro, la respuesta que se está dando es la de encerrarse cada uno en su castillo, o mejor en su cueva, pero tal vez no nos damos cuenta de que al levantar tales barreras, somos nosotros los que estamos construyendo nuestra propia cárcel. En la medida que levantamos fosos de defensa frente a los otros, nos los vamos creando entre nosotros mismos. Las fronteras que se levantan en Europa frente a los refugiados, lejos de cohesionar a Europa, la divide cada vez más en su interior. Pensar que por negar a los demás la posibilidad de disfrutar un poco de nuestro bienestar, estamos defendiendo el nuestro, es un error. El regreso a la cueva en la que nos defendemos de los otros, nos impide toda esperanza de progreso humano. A lo único que podemos aspirar es a regresar a nuestros instintos más primarios y ya se sabe que a base de tanto defender el pan con uñas y dientes, nos podemos encontrar que nos crezcan colmillos y garras. Es una contradicción querer defender nuestra civilización negando la hospitalidad, cuando ésta es el principio de toda civilización. Una mirada a los textos clásicos griegos, romanos y bíblicos, nos da a conocer bellamente los valores de la hospitalidad. Querámoslo o no, como nos advierte Miguel Hernández, la única manera humana de progresar es hacerlo en cooperación con los otros. En este aniversario del nacimiento del poeta de Orihuela, pienso que su mensaje de denuncia en aquellos tiempos frente a la barbarie que se vivía, guarda todo el sentido profético en nuestro tiempo.