Debe ser frustrante, por injusto y doloroso, que un militar de alta graduación deba ir todas las semanas a la estafeta de correos local para verificar si su patria se acuerda de él y le concede al fin la merecida pensión de retiro que se ganó tras años de sacrificado servicio, máxime si ha hecho la guerra en defensa de su país, algo que juró cuando ingresó en el ejército. Y siguiendo con el realismo mágico de García Márquez otro gallo le habría cantado al bueno del coronel si dicha retribución la hubiera recibido desde el principio, que para eso juró defender a la patria con su propia vida. Pero estas cosas solo ocurren en el mundo de fantasía de Gabo, en algunos que otros Macondo dispersos por el mundo y en señaladas dictaduras donde defender a tu patria puede carecer de valor si el tirano de turno cambia de opinión y decide encarcelarte (como ocurre en ciertas dictaduras instaladas en latinoamericana). Qué humillante paradoja, el valiente coronel de la novela, ante la incomprensión de aquéllos por los que luchó, deja de pelear y se dedica a enseñar a su gallo en la pelea. Y como ese coronel no tiene quien le escriba, ninguna guerra vale mil días, debió pensar el militar mientras daba de comer a su gallo aunque su mujer y él pasaran hambre.

Y miren por dónde, qué casualidad, también fueron algo más de mil días los que le correspondieron al general español de cuatro estrellas (el máximo) Julio Rodríguez presidir la Jefatura del Estado Mayor de la Defensa (lo máximo). Pero esa aparente diferencia temporal no debe confundirles ni afligirles a ustedes dos, avezados que son en temas castrenses, no; en realidad, la famosa Guerra de los Mil Días colombiana a que se refiere García Márquez en su libro también duró algo más de mil días, como el mandato de nuestro general. Y como de coronel a general sí que hay diferencias, sobre todo si se es de cuatro estrellas, no creo que nos sea necesario peregrinar a ninguna estafeta de correos para verificar los haberes pasivos, ni tampoco alimentar gallos de pelea pasando hambre. Las sorpresas, el mundo mágico e imaginario, solo habitan en Macondo, donde un día cualquiera de un año cualquiera, otro coronel, Aureliano Buendía, reflexionaba estoicamente sobre la levedad del ser ante un pelotón de fusilamiento.

Sin embargo, las sorpresas terrenales -las que pueden acecharnos en cualquier momento de nuestra vida- sí que existen. De ahí el inmenso asombro, la monumental estupefacción que ha producido a muchísimos españoles, catalanes incluidos, el fichaje de nuestro general de cuatro estrellas (el máximo) por la formación de extrema izquierda y antisistema Podemos. Julio Rodríguez, ya sin las cuatro estrellas, irá como número dos en la lista podemita por Zaragoza, ciudad que alberga, hasta nueva orden, la Academia General Militar. ¿Por muchos años? La respuesta, como dijo Churchill de Rusia, es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Pero no está de más recordar que la Segunda República, con el intelectual Azaña al frente, decidió cerrarla en 1931, y teniendo en cuenta el intenso olor republicano que exuda el edificio ideológico de Podemos y las banderas republicanas que adornan sus mítines, ¿por cuántos años, mi general?

El hecho de que una formación antisistema, asamblearia y horizontal como Podemos, dotada paradójicamente de una de las estructuras más rígidas, jerarquizadas e inflexibles que existen, intente fichar a un militar para su causa nombrándole futuro ministro de Defensa de España, incluida Cataluña, supongo (aunque según el general el problema de Cataluña no se soluciona con la ley, sino políticamente); ese fichaje, digo, no debe sorprendernos, está en la deriva de desorden dentro del caos ideológico podemita, un permanente oxímoron conceptual y político capaz de defender hoy una cosa y mañana su contraria. Lo hemos visto en el poco celo que practican cuando alguno de sus miembros se ve envuelto en asuntos judiciales. Pero insisto, está en su condición. Ahora bien, que un exjefe del Estado Mayor de la Defensa, aunque esté en su derecho, acepte ir en las listas de Podemos sabiendo que esa formación ha pactado con Bildu en Navarra, defiende en Cataluña el derecho a decidir -como el propio general, según su mentora Carmen Chacón-, cuestiona la OTAN, tiene raíces republicanas, duda de nuestra Constitución y algunos de sus caudillos han mantenido un tórrido romance con el democrático régimen bolivariano de Chávez y Maduro, todo eso, permítanme que insista, causa no solo sorpresa, sino auténtica estupefacción, por no decir que resulta inquietante. Ya ven, toda su vida dando órdenes en las que debían confiar sus subordinados y ahora lo destituye el Gobierno por pérdida de confianza. ¡Si Gutiérrez Mellado levantara la cabeza!

En fin, mientras el coronel de García Márquez no tiene quien le escriba, a nuestro estrellado general no pararán de escribirle los seguidores de Podemos ahora que el grupo antisistema y antibelicista descubre la necesidad de un ministerio de Defensa dirigido por un militar. Deben ser los heredados reflejos castrenses de un régimen anhelado por ellos que creó otro coronel, Hugo Chávez. Y como al pueblo de Venezuela con este régimen le falta hasta la comida, siguiendo el novelado final del coronel del gallo ¿qué comeremos, mi general? ¿Mierda?